Creación a la inversa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Ya había leído de este autor, Juan Gabriel Vásquez, varias obras, entre ellas una que no olvido, La forma de las ruinas, entretenida novela histórica y de autoficción que me sedujo, seguramente más por mi desconocimiento de las posibilidades de este último género que por una mejor razón. Con “posibilidades” me refiero a las que abre ese tipo de descripción en el que no se sabe dónde termina la vida real del novelista y dónde empieza una ficta, aliñado de trampas y guiños que mueven al lector a preguntarse curioso si será cierto lo que le están contando. En la novela dicha, el narrador juega con las oportunidades que da la historia patria para incluirse en ella, como si fuera un personaje adicional del embrollo político local, igual que si pudiera intervenir personalmente, de ciertas formas y ex post facto, en lo que fue fijado y comunicado por otros en momentos anteriores. Cosa que, bien hecha, viene a ser casi una nueva definición de la novela; y que, poco lograda, no pasa de mal chiste.

Vásquez escribió ahora Volver la vista atrás, que es, diríamos, una aburrida biografía. Digo aburrida porque entreveo que publicar una en estos tiempos –especialmente en Colombia- no debe de ser tan redituable, editorialmente hablando, y no faltarán los que se exoneren con sobrada anticipación siquiera de mirar la contraportada del libro en un establecimiento de comercio cultural. “¿Para qué si ya me sé la vida de este o de aquella?”, dirán no pocos. Tendrá, pues, que estar escrita con suficiencia una no ficción de la que ya se conoce más que el mínimo para que llame la atención y convenza de su adquisición a un eventual cliente-lector. (Es de suponer que aquí aparece la capacidad de la editorial de Vásquez para interesar, de manera previa e instintiva, a los dubitativos compradores de libros, mediante la forja de recomendaciones populares en los opinaderos, el envío de fragmentos en cuanto señuelo a los diarios, la multiplicación de aparentes comentarios sueltos…).

A pesar de la calidad del escritor, debo confesar que la semblanza de un director de cine pasado de moda, Sergio Cabrera, en principio no tenía el poder de desviarme de mi sagrado camino de lector asistemático y a deshoras, aunque ordenado; así, pude haber seguido de largo con mi menú individual. Pero pasó algo en agosto de 2016 que me fue dado recordar cuando hojeé apartes del capítulo inicial del libro. Hace cinco años conocí a Cabrera por azares de trabajo, a partir de un acto de liberalidad suyo que dijo mucho de él, con discreción; entonces ya me pareció que podría tratarse de un hombre golpeado, tal como en la biografía creada por Vásquez se explica y vincula con el todo restante. ¿Cómo diablos iba a saber ese domingo que el cineasta, en efecto, andaba maltrecho, que la melancolía lo arrinconaba y que él peleaba contra ella? Acaso no presté atención.

De manera que, desde mi orilla, lo mismo que si hubiera estado hilando una de las autoficciones de Vásquez (ya quisiera yo), mis memorias privadas cobraron vida en un relato que me hacían, que me hacen, porque aún no termino de leerlo, sobre la existencia de una persona que quizás ha influido en los demás, se acepte o no, y que, valga decirlo, denota haber sido tamizada por la intensidad.