Don Floro

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

A propósito de la filtración del registro de unas conversaciones que el actual presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, sostuvo en 2006 con –es de suponer- alguien de su íntima confianza, se ha desatado una tormenta, sí, pero vacía de contenido. Pues, en primer lugar, si bien es diciente de la carga de odio y afán de venganza que representa que alguien saque a la luz, en época frágil para el líder madridista, semejante prueba de su auténtico carácter de paternal negrero, no es menos cierto que el de la escucha defraudó al amigo que se desahogaba desde lo más hondo, sin importar que se tratara o no de un hombre poderoso. Y a una traición no se le debería dar demasiado valor probatorio. En segundo momento, no se olvide que este empresario, político y dirigente que no llega al metro setenta es el responsable directo de que el Madrid haya vuelto a ser el equipo que es en España, Europa y el mundo. Los éxitos nos vienen solos; usualmente están preñados de enemigos.

Dicho lo anterior, debe agregarse que el vacío al que me refería no tardó, pasadas las horas, en volverse humor negro. Así sucede cuando se entiende la risa cáustica de no pocos españoles, que a lo mejor en algunos territorios de América (el Caribe, por ejemplo) desembarcó cruda y completa. Además, el Florentino de esos audios habla como cuando se charla con un amigo, licor de por medio, después de aguantar mucha presión; llama corto de mente, infantil, tolili (tonto), imbécil, besugo, cornudo, subnormal, loco como una cabra, etc., a muchos de los que hasta hacía nada habían sido dependientes suyos en el equipo, jugadores y técnicos. Recordemos que, en el momento de la repartición de epítetos, Pérez ya no era presidente de los Blancos (había dimitido en febrero de 2006), y, por lo tanto, no puede ser tan grave que un hombre dé su opinión sobre sus antiguos subordinados, aunque ello haya sucedido en el ámbito del fútbol, donde son comunes los códigos.

Ahora bien, este es el algoritmo moral en que vivimos, lógica que parece haber encontrado todo hecho, sin la carga de medir la forja que tiene la humanidad que vence. ¿A quién se le puede ocurrir que el tipo de mando requerido en los equipos grandes de fútbol puede ejercerse en realidad con sutilezas, verbales o de las otras? Si los resultados balompédicos son hijos legítimos de la disciplina, ¿por qué asumir que esta es fácil de consolidar?, especialmente cuando se trata con futbolistas de talento y renombre, que creen sabérselas todas, dentro y fuera de la cancha. Lo de Florentino Pérez no es sino la demostración de lo que sufre quien desea hacer algo en verdad grande, que para ello ha hecho el trabajo necesario, y que no con excesivo asombro se topó con que la ambición de los encargados de ejecutarlo es voluble; su concentración es precaria; su sacrificio, apenas parcial.

Imagino la angustia de un responsable final como Pérez, habiendo expuesto el patrimonio administrado para conseguir a la mejor gente disponible, la más competitiva, y confirmar después con horror que los jugadores de los demás superclubes, rivales eternos que están pendientes de derrotarte, y ojalá humillarte, no dejan de exigirse ni de noche, mientras los tuyos duermen la siesta.