Verdadero padre de la patria (II parte)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Kaunda se convirtió en opositor abierto del régimen de segregación racial en el sur del continente africano. Apoyó y dio refugio a líderes de los movimientos de liberación de Rodesia, Angola, Namibia y Mozambique. Mantuvo alojado en Zambia al legendario Oliver Tambo, precursor de Nelson Mandela. Pero, al mismo tiempo, tuvo la habilidad de mantener buenas relaciones con la Gran Bretaña, los Estados Unidos, la Unión Soviética, Yugoslavia, y la República Popular China. Fue activo en el Movimiento de los No Alineados, y presidió en dos oportunidades la Organización de Unidad Africana. Por todo esto se llegó a convertir en referente del tono político del África negra y mediador y confidente de numerosos gobernantes. 

Lo maravilloso de Kenneth Kaunda vino cuando, al comienzo de la década de los noventa, y después de haberse hecho reelegir varias veces, descartó aferrarse por la fuerza a una presidencia dictatorial y con ello demostró que ya no era uno de esos “iluminados” que creen ser los únicos que supuestamente saben cuál es la dirección en la que deben marchar sus pueblos. Entonces, al leer el ánimo de los zambianos, aceptó no volver a ser el único candidato a la presidencia, para resultar otra vez elegido elegido con arrolladoras mayorías falsas. El 2 de noviembre de 1991, luego de haber aceptado unas elecciones abiertas, y de obtener solamente el 24 por ciento de los votos, y ante el triunfo indiscutible de Frederick Chiluba, jefe del Movimiento por una Democracia Multipartidista, Kaunda entregó tranquilamente el poder en un acto que vino a borrar muchas de las sombras de su largo mandato y a resaltar en cambio sus virtudes patrióticas, políticas y personales. 

Para entonces el ciudadano Kaunda no tenía casa. Fue objeto de numerosas críticas e inclusive se intentó despojarlo de la nacionalidad, por haber nacido en lo que ahora era Malawi, pero ganó el pleito. Hacia 1998, abandonó la jefatura de su partido, entonces en la oposición, se retiró de la política y dedicó las últimas dos décadas de su vida a actividades caritativas, principalmente comprometido en la lucha contra el SIDA. Rodeado casi todo ese tiempo por su esposa Betty y por sus ocho hijos, siguió siendo, hasta su muerte la semana pasada, a los 97 años, parámetro de la moda masculina cotidiana, padre, abuelo, bisabuelo, guitarrista y compositor de canciones, dentro de las cuales destaca “Caminemos juntos con un solo corazón”, símbolo de la patria independiente por la que luchó, y que ahora entonan los niños en las escuelas de su país.



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