Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
La Copa América se juega por estos días en el territorio de la samba, como sabemos; Copa que, en estricto derecho, debió haber sido solo colombiana,
y jugada en el año 2020 (puesto que Argentina la había albergado recientemente, en 2011, y no tenía por qué volver a organizarla tan pronto); y que, después, este Gobierno cobardón aceptó que fuera entonces colombiana y argentina (es decir, colombo-argentina, o ya argento-colombiana: los “descendientes de barcos” unidos a la fuerza a los apenas descendientes); y que terminó siendo en últimas brasileña, brazuca, bolsonaresca, improvisada y covidarienta. Forjada a las malas, como acostumbraban a lograr sus cosas los antiguos Coroneles que el novelista comunista Jorge Amado alumbró con tanta gracia; hombres que, aun ancianos, andaban con el revólver al cinto, dispuestos a liarse a tiros a la menor provocación.
Caballeros que ya con un pie en la tumba tenían hijos por ahí; vástagos no reconocidos, no reconocibles, cuyas madres eran mulatas abundantes que tenían que permanecer en la oscuridad del Brasil blanco y catolicísimo. Los Coroneles eran –son- personajes que de ninguna manera se quedaron en las ficciones de Amado y de otros, y que, junto a los Bandeirantes, es decir, los exploradores que conquistaron al gigante de los sertones, sabían –saben- imponer su voluntad. Si las abúlicas Colombia y Argentina no pudieron, Brasil sí que alojará el torneíto suramericano, como dos años atrás. Y lo obtendrá otra vez. ¿Medio millón de muertos por el virus? A quién le importa. Brasil, a pesar de lo que se piense en el extranjero desde esas imágenes de travestidos danzantes cuya identidad nadie conoce, no es “un país de maricas” que le tema a una gripita. Lo dijo el jefe de Estado, cuya tercera esposa es veintisiete años más joven que él. ¿Inspiraría valor o acaso miedo?
Es cierto que hay naciones como México, que con apenas poco más de la mitad de su población, y con menos de un cuarto de su territorio, le da pelea de liderazgo en materia económica, sin contar con que a lo mejor hasta prevalecen los mexicanos en cuanto al peso de su influencia internacional; pero naciones como México no tienen baião, choro ni bossa-nova. Tampoco los pueblos suramericanos vecinos disponen de tantas variantes del ritmo, y será por eso que los equipos de esos países –andinos, hispánicos, un poco lentos- no despliegan la energía, el orden, la ambición, la concentración y la fuerza de los jugadores de la verde-amarilla en la cancha. (¿Quién le quitará a Brasil esta Copa América, disputada sin público, más repetida y previsible en cuanto a sus resultas?).
Diríase por algunos que tales atletas son los dignos legatarios morales, no de los pobladores originarios de la selva, como el tarzánico presidente Fernández de la Argentina lo creía hasta hace poco, sino, sí, del Imperio que nunca se fue, de los adustos Coroneles, de la gustosa dictadura, del violento Bolsonaro, del imparable Pelé, del combativo Dunga. Exceso de adjetivos, y, sin embargo, todos necesarios. Colombia, por su parte, haría bien en tratar de vencer a Brasil el día de hoy; en principio, no creo que tenga con qué lograrlo, aunque realmente nadie puede predecir una tormenta.