Nos espera un trabajo duro ante la necesidad de una renovación permanente. Tenemos anhelo de quietud. Hay que pasar página de todas las inútiles batallas, activar otros sentimientos más conciliadores, enhebrar misiones más armónicas y hacerlo en familia.
Tras esta severa labor de entenderse, máxime en un momento de tantas dificultades donde nadie considera a nadie, se demandan mediadores dispuestos a escuchar y a dar apoyo. Sin soporte solidario no es fácil resistir. Por eso, tan importante como reconfigurar totalmente nuestro mundo ante los cambios climáticos, demográficos y tecnológicos; es reorganizarse como tronco común ante la verdadera plaga de dividir y vengarse los unos de los otros. Estas fuerzas disgregadoras que debilitan y destruyen nuestro propio vínculo existencial, precisan indudablemente de otros tonos y también de otros timbres más pacificadores. Hoy, demasiadas gentes, están privadas del calor de un hogar. Nadie les espera en ningún sitio. Por tanto, nuestra época tiene necesidad de enmendar esos abandonos a la persona y a la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Da la sensación que transitamos con un cuerpo, ausente de alma. Convendría que recordásemos, que es la alianza con la sabiduría natural, lo que nos hace comprender el sentido último de los vínculos, sus valores que es lo que verdaderamente nos da serenidad, encuentro y diálogo, disponibilidad y entrega. Precisamente, ahora, cuando tanto hablamos de la conciliación de la vida laboral y familiar, o de las buenas prácticas de la igualdad de género, es menester que esta cercanía constituya un estímulo y una pujanza constante, sobre todo para que renazca un nuevo horizonte en el ámbito social humano. Ojalá seamos una generación capaz de conciliar lo irreconciliable. Esto nos hará crecer por dentro. Sabremos alegrarnos con el que se alegra y sufrir con el que sufre. No podemos continuar deshumanizándonos, tampoco podemos convivir con una cultura egoísta que todo lo desnaturaliza a través de un mercado de intereses que hace efímeros los lazos. Deberíamos, sin duda, poner más énfasis en la tarea auténtica, original e insustituible de sentirnos morada.
En consecuencia, para empezar a sustentar las redes de la unidad, se me ocurre que debemos pensar en otras exploraciones mucho más originales y verdaderas. La mirada nuestra debería ser clemente y comprensiva siempre. Seguro que mejoraríamos la cordialidad; y, por ende, corregiríamos la atención a las necesidades del prójimo, que son muchas y variadas, principalmente en este preciso instante, donde las perspectivas de crecimiento mejoran para las grandes economías, pero no así para otras muchas en desarrollo; además de que la situación de los más vulnerables se ha vuelto más precaria debido a la elevada pérdida de puestos de trabajo.