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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La economía colombiana, el gran debate permanente que de técnico tiene poco entre la ciudadanía lega, y que es extensión de la política que hacen unos y otros, acusó durante la semana pasada una mala nueva que no es en nada sorpresiva.
Se trató más bien de la consecuencia lógica de las actuales circunstancias: si el país no está bien gobernado, y ello es palpable, ¿cómo creerle desde afuera?; o, en otras palabras, ¿con qué cara pedirles a los que hacen los negocios de la economía multilateral que confíen en Colombia si Colombia no confía en sí misma? La baja en la calificación del grado de inversión que la agencia Standard and Poor’s nos ha notificado recientemente no es sino el producto de las ciegas decisiones de gobierno (reforma tributaria a la brava, violencia represiva, estéril voluntad de diálogo, etc.) que han permitido a una de las tres calificadoras de riesgo globales, la más importante de ellas, deleitarse con la descripción de los peligros colombianos.

Y esto, ¿por qué es importante? Lo que hacen las cosmopolitas agencias calificadoras de riesgo es elaborar informes sobre la economía de los países (aunque no se limitan a ello), de manera que se cuente con información independiente y fiable en el exterior acerca de, por ejemplo, la capacidad de pago de un Estado, en consideración de los factores relevantes que inciden para determinarla.

Tal insumo servirá de base para que los actores de los mercados internacionales sepan con anticipación si obtendrán el retorno de su inversión transfronteriza, además de réditos, o si podrían perderla. Como en Colombia cayeron la reforma fiscal y el ministro que la impulsaba, el escenario vigente de las finanzas públicas se aprecia incierto. Para empeorar las cosas, la propuesta impositiva suplente todavía no se ve próxima ni consensuada. Así, invertir en Colombia podría llegar a ser, eventualmente, especulación; es decir, que, aquí, antes que inversiones, apenas se hagan apuestas.

Debido a que la economía es un sistema del que nadie puede desasirse, y en el que, aparentemente, el diseño institucional favorece que la gente termine pagando los platos rotos de la mala dirección macroeconómica, hoy la prospección no es buena para los colombianos. En primer lugar, porque haber sido degradado le complica al Estado dar con financiación externa, a pesar de que el ministro de Hacienda ya anunciara que, por ahora, igual nos seguirán prestando plata en el extranjero.

Y, en segundo puesto, pero mejor ilustrado en la cotidianidad, está el hecho de que, en consideración a que ninguna empresa colombiana podrá estar por encima de la calificación nacional, incluidos los bancos, cuando estos sean forzados a pagar más para poder obtener los fondos internacionales que necesitan, en orden a compensar ese incremento los solicitantes de sus créditos deberán someterse a tasas de interés superiores, lo que inevitablemente limitará la actividad empresarial. Con la subida de las tasas de interés es seguro que el sector productivo tarde todavía más en reactivarse en medio de la crisis del virus; lo que repercutirá, claro, en los índices de empleo e ingreso. No es esto una pandemia, es un pandemonio, y consiste en haber caído en el vacío del desgobierno dictatorial.


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