Las malditas pasiones y prisiones mundanas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net



No es fácil sentirse libre dentro de este mundo de prisiones, donde uno a veces se denigra por sí mismo, no respetándose, y poniendo más pasión en las dominaciones económicas, que en los valores de la conciencia y en el esfuerzo mancomunado para erradicar la esclavitud de nuestro planeta.
Echar por tierra nuestra propia autonomía nos deja sin esencia. Cada cual tiene que trabajarse su existencia, sabiendo que la emancipación sin observancia es desconcierto, y la observancia sin emancipación es vasallaje. Desde luego, un ser humano que tiene control sobre su cuerpo tiene más probabilidades de ser dueño de sí. Precisamente, un reciente informe sobre el estado de la ciudadanía en el astro (año 2021), del Fondo de Población de las Naciones Unidas, viene a indicar la falta de esa formación mental para el discernimiento, que ha de ser siempre abierta y dispuesta a caminar hacia adelante, cuando menos para tener más poder de decisión y poder romper cadenas que nos tiranizan.

Para empezar, hemos de reconocer que el nefasto mundo de la pasión, por el enriquecimiento a cualquier precio, nos resta ese mundo armónico, que es el que verdaderamente nos imprime tranquilidad. El caudal monetario nos vuelve egoístas en todo período. Al ser humano sólo lo reanima otro ser humano, puesto que todos necesitamos sentirnos amparados por alguien. Pienso, además, en esa multitud de víctimas de la esclavitud infantil en el mundo. O en esa cantidad de gentes que se encuentran en la pobreza, sin futuro, o que son víctimas del trabajo en servidumbre, lo que nos exige un compromiso real por parte de todos los moradores. No hay otra visión más liberadora que unirnos para defender los derechos humanos. Por eso, es fundamental concienciar a la gente de que hoy en día todavía existe dominación usurera, riadas de injusticias y abusos de todo tipo; lo que nos demanda la implicación activa y la responsabilidad colectiva, para combatir esta tremenda penuria, que nos impide hermanarnos de corazón.

Ojalá aprendamos la lección y sepamos dilucidar el cambio de época. Lo primero a considerar, en nuestro transitar por la vida, es que únicamente el bien que hayamos hecho, es el que nos imprime esa satisfacción interior que nos pone alas, pues aquel que no posee el don de entusiasmarse por sí mismo ya está muerto. Tampoco es el culto al cuerpo el que nos maravilla, porque sus ojos son interesados. Lo mundano nos ha despojado de los cultivos en valor. Resulta tan fuerte y envenenada la doctrina impuesta por los dominadores, que nos hemos situado en el territorio de la confusión y en la mayor incultura, por muy titulados que nos veamos.

Mostrarse indiferente ante los problemas de nuestro tiempo es otra necedad más. Se nos requiere a todos, sin excepción alguna, a cooperar. Si para luchar contra la desigualdad, el titular de la ONU, propone “un impuesto solidario” a quienes se han beneficiado de la pandemia; también sería bueno retomar otra poética de vida con sabor a concordia; que nos permita conocernos y reconocernos más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Entenderse y atenderse es lo que nos une y nos hace iguales. Toca, entonces, practicar el desvivirse por vivir en colaboración habitual; como directiva mística que nos concierne en conciencia, asumiendo el cultivo del diálogo como lenguaje y asombrándonos bajo la siembra de la verdad, que ilumina el horizonte de esperanza. Vuelva la irradiación soñadora a nosotros.