Siete años vigentes

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hablando de golpes de Estado, como el intento chapucero descubierto la semana pasada en Colombia, cuando, igual que si se tratara de una sociedad comercial privada y sus estatutos, se pretendía reformar la Constitución Política vía exprés para así dejar al incompetente presidente de la República en el poder por dos años más (en adición a los endulzados de las otras ramas del poder público que también se pretendían quedar tiempo extra), este miércoles 24 de marzo se cumplen cuarenta y cinco años de un hecho de fuerza en el subcontinente suramericano que a mí siempre me ha parecido muy extraño. Una de esas pinturas con más sombras que luces.

Si la dictadura de Rojas Pinilla en Colombia ha sido llamada, no sin razón, la “dicta-blanda”, entre otras causas porque, según parece, en 1953 prácticamente hubo que obligar al tunjano general del Ejército a tomarse el poder, ¿qué puede decirse de unos militares que tumbaron a la gente de un gobierno, el argentino, con el que entonces tenían más, muchos más, elementos en común que diferencias profundas? Porque, hasta donde entiendo (y la política argentina es más enredada que la colombiana, si tal exceso cabe), a la viuda del general Juan Domingo Perón, María Estela Martínez (llamada Isabel o Isabelita), a la sazón presidenta, y a su ministro y embajador, el poder en la sombra, José López Rega (apodado, fundadamente, el Brujo), no se les habría podido achacar haber sido izquierdistas en ningún sentido. Todo lo contrario.

La historia inmediata del 24 de marzo de 1976 en realidad empezó cuando, en mayo de 1973, Héctor Cámpora, justicialista viejo y hombre de confianza del exiliado en España Perón, resultó elegido presidente de la Nación con las banderas de este. A pesar de la victoria electoral, algo andaba ya roto en la unidad: quizás el propio Perón. A su regreso a Buenos Aires, en junio de 1973, se produjo una masacre de peronistas que hoy sigue sin aclararse; a partir de allí, lo impredecible: el giro del general de izquierdas hacia la derecha. El gobierno de Cámpora, ahora sin titiritero, duró solo cuarenta y nueve días; levantada la proscripción al peronismo, el veterano caudillo fue elegido presidente en septiembre de 1973, y su esposa, María Estela, vicepresidenta. Para ese momento, el amigo López Rega era apenas un correveidile del Gobierno. Finalmente, en julio de 1974 se desbarató el frágil equilibrio de fuerzas nacionales al morir el padre-general.

Desde ese preciso instante, dicen, los militares quisieron derrocar a María Estela, en parte por no saber gobernar (los problemas sociales y económicos dieron fe de ello); también porque López Rega, traidor a la presidenta, lo intrigaba en ese sentido con sus compinches en las fuerzas armadas; pero, especialmente –y ubíquese el contexto-, porque María Estela era María Estela, es decir, una mujer. ¿Soldados obedeciendo a una mujer? Ni hablar. Además, sin la persona física de Perón, su conveniente galimatías ideológico, que solo él entendía, se hizo insostenible, sobre todo cuando el gran capital argentino vio que en el vecino (nunca hermano, antes enemigo considerado inferior) Chile, con Augusto Pinochet, la cosa sí marchaba: el comunismo era erradicado en serio allí desde el mismo septiembre de 1973. Por su puesto, los Estados Unidos tuvieron que ver, quién lo duda. Iniciaban, pues, siete años que nadie olvida.


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