Racismo donde no se pone el sol

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Por qué tanto asombro merced al “descubrimiento” de que hay racismo en el Palacio de Buckingham? Con ocasión de la acusación pública de Meghan Markle y su obediente esposo, el príncipe Enrique, acerca de que ciertos innombrables miembros del Palacio andaban muy preocupados ante el asunto de Estado relativo al color de piel que el primogénito de aquellos dos tendría una vez nacido (habida cuenta de que Meghan es algo así como cuarterona), lo que era sabido desde hace siglos se hizo evidente hoy, en la época en que la pandemia ha venido a recordar que la igualdad es un asunto del que se habla mucho, y muy superficialmente, y hasta ahí.

De manera que por qué fingir sorpresa ahora que ya sabemos que de la reina Isabel para abajo, pasando por el payaso príncipe Felipe, su consorte, y sin dejar de lado al príncipe Carlos, su hijo, mantenido setentón en espera de ser entronizado, allí no se salva nadie. 

Creo que la guapa Meghan calculó mal: que, en los Estados Unidos, su país natal, sean racistas de tiempo completo, no significaba que en la “madre patria” lo fueran menos. Bastaba revisar algún librito de historia para darse cuenta de que hay cosas que no cambian de un día para otro: las cosas importantes. No me refiero al racismo de los tabloides británicos (uno de los cuales, durante el pasado campeonato mundial de fútbol, tituló “Go Kane”, o sea, “Vamos, Kane”, cuando la selección inglesa capitaneada por Harry Kane iba a jugar contra Colombia: Go Kane suena de manera muy similar a la pronunciación de cocaine en inglés), que es vulgar y corriente, sino al del frío entorno fraguado desde hace miles de años dentro del alma de la familia y amigos del marido de la afronorteamericana. Ella ha debido de sentirse bajo mucha presión, es cierto, al punto de que antes de su matrimonio ya se vio quebrada al no llevar a su padre a verla casarse. 

Parece que algo pasa en las mentes de estas jóvenes que las hace querer olvidarse de dónde vienen. Recuerdo en este instante a la argentina Máxima Zorreguieta, que hará unos veinte años se casó con el entonces futuro rey de los Países Bajos. El Parlamento naranja puso la condición de que no se invitara a la boda a su progenitor, Jorge Zorreguieta, secretario de Agricultura y Ganadería de Argentina entre 1979 y 1981, durante la dictadura de Jorge Videla. Máxima prefirió someterse, y, para hacer la tarea completa, tampoco citó a su madre a la ceremonia. Lo más curioso de esto es que la Corona neerlandesa quiera pasar por muy defensora de los derechos humanos mientras se exhibe en el Palacio Real de Ámsterdam, construido con florines bañados en sangre de sus colonias en los cinco continentes (¿todavía son cinco los continentes?). 

Es posible que Meghan Markle imaginara su muerte anticipada, no mediante un montaje bien montado, como a lo mejor le ocurrió a la princesa Diana de Gales en 1997, sino por depresión y sus consecuencias, igual que ella misma lo sugirió en reciente entrevista. De ahí que corriera de vuelta a América (el continente), primero a Canadá, para no salir de una vez de la Mancomunidad de Naciones (británicas), sino hacerlo de manera gradual y disimulada, hasta llegar a la cálida California, su casa, donde está actualmente. El siguiente paso lógico sería dejar atrás a Enrique; después, ir a una buena librería a buscar por fin ese libro de historia universal. Y leerlo.