Apellidos compuestos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En un país tan rendidamente clasista y racista como este suelen florecer de la nada serios asuntos de extravagancia desde el diario vivir que no extrañan a nadie, sino que, antes bien, se aceptan, son celebrados, e incluso gozan de atributo de añoranza cuando devienen ausentes, pues toda sociedad clasista y racista en regla tiene el deber de regodearse de ser, en el extremo de sus formas, conservadora.
Desde luego, si uno se pusiera de necio a prestar completa atención al hallazgo casual de, al menos, algunos de los detalles sinuosos, oscuros y cursis que, ya vemos, produce sin descanso la realidad vernácula, no dejaría de sorprenderse de la increíble simplicidad de ciertas gentes pobladoras de una nación que, a su pesar nueva, se impresiona fácilmente, igual que si siempre hubiera sido así, lo que no es rigurosamente verdadero.

(Los que sí no se asustaban a la primera eran aquellos descastados que abandonaron con la furia que da el hambre la vida bucólica y pobre de las “landas yermas” europeas, en unos casos, o la existencia religiosa de diaria claudicación de ilusiones ante los mayorazgos ajenos, y también pobre, en otros, y que, en la búsqueda de un revulsivo, se hicieron a la mar embarcados en naves zozobrantes para así franquear el prometedor Atlántico, poder venir aquí a arar tierras libres de inscripción alguna en registro de la propiedad ninguno, adueñarse por fin de un destino).

Últimamente, he reparado con curiosidad en que, entre determinado género de personas, de repente abundan quienes se presentan cara a los demás luciendo apellidos compuestos (los formados por la unión de dos o más apellidos, ya por un guion, ya por preposiciones y artículos, o merced a la entremezcla de todo). Es como si me llamara en adelante De los Ramos y de la Mancilla; más corto, De Ramos-Mancilla; o solo Ramos-Mancilla. De acuerdo con la ley vigente, yo podría, por una vez, cambiarme el nombre y rebautizarme del modo en que me viniera en gana, no con dos, sino usando de los cuatro o siete apellidos que me suenen mejor. Esto lo puede hacer sin problemas cualquier ciudadano; pero no hablo de ello.

Resulta que se impone entre una muy especial clase de paisanos la insistencia de unir los dos apellidos que Dios-padre les diera en uno solo, mediante la aludida usanza del guion (Pérez-Gómez, Ruíz-Pardo, etc.). ¿Quiénes?: ¿por qué?: ¿desde cuándo lo hacen? Más allá de pararme a especular acerca de las posibles circunstancias de ocurrencia de esta sabrosa herejía, pretendo que se tome en cuenta que tal se materializa normalmente sin que haya terciado la autorización notarial necesaria, y, lo que en ese sentido es peor, que son a menudo abogados “titulados e inscritos”, catedráticos no pocos, los que caen en esta dudosa junta de patronímicos y toponímicos a diestra y siniestra. ¿Será este acaso un ataque al patriarcado de la cédula?

En los Estados anglosajones, especialmente, el uso separado de los dos apellidos nuestros es cosa incomprensible. Entonces, cuando latinoamericanos –colombianos- llegan a estos lugares a, digamos, estudiar un posgrado, son identificados con los dos apellidos de sus papeles, por si las moscas. En inasible instante gris dichos nombres familiares terminan por fundirse en uno solo por obra y gracia de un guion en castellano que alguien les pone. El resto no merece explicación.