El comodín

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En Bogotá hay una avenida (la calle 94, en el norte de la ciudad) llamada "Estado de Israel". No es de extrañar que los judíos puedan ponerles los nombres a las calles en este país, después de todo, pues se trata de Colombia, cuyo Estado ha sido manejado por los más grandes arrodillados al imperio yanqui de todo el hemisferio, cuando no del mismo mundo entero.

Y es que no hay sino que recordar lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial, cuando Colombia (aunque, es justo decirlo, no fue el único país suramericano haciendo esto) persiguió a ciudadanos alemanes, japoneses e italianos, pues Estados Unidos había decretado que sus países representaban "el eje del mal", y por malos, había que perseguirlos, como el gobierno colombiano obsecuentemente lo hizo, desposeyéndolos, e incluso encarcelándolos sin fórmula de juicio en muchos casos. Claro, porque ellos eran los malos, y los gringos -y los judíos-, los buenos.

Ya que estoy recordando ejemplos, sigamos con el de la Guerra de Corea, en los cincuentas, cuando Colombia fue el único país suramericano que se metió al conflicto de lleno, previa solicitud gringa, enviando el famoso por su ferocidad "Batallón Colombia", que dejó en alto nuestro nombre al masacrar efectivamente norcoreanos comunistas, como tal vez el mismo Batallón ya lo había practicado aquí antes, con sus compatriotas, en los abonados de sangre campos colombianos.

Luego vino, en el 82, la Guerra de las Malvinas, las islas que siguen siendo legítimamente argentinas, cuando Colombia se graduó de traidor y se ganó bien ganado el remoquete de "Caín", al apoyar a los ingleses contra los suramericanos.

Otra vez el único país del subcontinente en hacerlo. Turbay, presidente entonces, se apoyó en la tesis de que la dictadura argentina no merecía apoyo -ninguna lo merece, digo yo-, exponiendo con ello un sofisma de distracción que tal vez muchos bobos se comerían por aquí, pero que le granjeó al país su fama de insolidario con la causa de países hermanos, y de servil de las potencias extranjeras.

En 2003 Estados Unidos aun no había solicitado apoyo para invadir y aniquilar Irak, y ya Colombia había saltado a dárselo en la ONU, en actitud que sorprendió hasta a los propios gringos. México, un país con muchos más vínculos comerciales, culturales y políticos con el yanqui, en cierta forma más dependiente del imperio que les emparedilló la frontera, no obstante esto, sí mantuvo un digno No hasta el final, negándole el apoyo para el genocidio que finalmente, como era previsible, se cometió en el país árabe.

Y me acuerdo ahora del golpe de Estado dirigido por un politiquero local -el instrumento de turno de los del Norte- en Honduras, que depuso impunemente al gobierno democrático de Manuel Zelaya en 2009, cuando, en un acto de despreciable intromisión en los asuntos del pueblo hondureño, el gobierno colombiano de Uribe salió a reconocer al tal Micheletti como presidente, siguiendo el manual que para el efecto los gringos, que todavía no les aprueban el TLC a los vende-patria de aquí, han socializado para el efecto.

Hoy, en la ONU, se está discutiendo acerca del ingreso de Palestina a esa unión de países, y ya sabemos que la Colombia del regañón Santos (para el que no hay pobres en este país) anunció que se abstendrá de apoyar a los "tira-piedras" palestinos (como, despectivamente, les dicen los judíos) en el reconocimiento de su Estado, yendo en contravía del sentir suramericano, que se inclina por el débil, por el abusado a manos de la fraternidad yanqui-judía en 1948 y en 1967.

En lugar de ello, Santos adhiere a la "posición" del presidente de la centroamericana Panamá, Ricardo Martinelli, quien no solo no soportará la petición árabe, sino que se ha atrevido a denominar a Israel como "El guardián de Jerusalén", el muy ignorante.

Sí, me reafirmo, no es raro que aquí haya una avenida llamada "Estado de Israel", con menorá al aire y todo, y que no se le de la oportunidad al vejado de ser tratado siquiera en igualdad de condiciones. (Claro, no podría ser de otra forma en el país donde, según su gobierno, la pobreza no existe). Aplausos para Colombia y su tradición internacionalista de arrodillamiento ante el poderoso.