Pandémica

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Durante los meses de la pandemia ha sido perceptible todo tipo de reacciones respecto de la latencia de la enfermedad en el ambiente, desde la gente que adquirió o desarrolló males mentales a partir del encierro y el semiencierro, hasta los que ni se enteraron de que existe algo llamado coronavirus que en verdad puede matarlos (no a causa de déficit de información sanitaria, evidentemente, sino debido a simple terquedad suya).

Por mi lado, he creído constatar cierta presunción inicial muy personal de hecho, personal y arbitraria- en relación con la actitud que la emergencia, a lo largo de las ocho mensualidades con que ha azotado al país, genera en determinadas conciencias; me refiero a la increíble tranquilidad de ánimo que la reclusión forzosa favorece en muchos de los que han tenido que quedarse en la deriva segura de la espera. 

No afirmo que a dichas personas afecte solo mínimamente la recogida obligatoria, que en realidad la disfruten, o cosa tergiversada parecida; tampoco aludo a que ellos estén decididos a que pase lo peor sin hacer nada, en ejercicio de resignación; y, por supuesto, de ninguna manera insinúo que tales colombianos se sientan mejor guarecidos de la muerte que el resto, incluidos los caídos que seguimos contando en esta tragedia inolvidable. No. Es más sencillo lo que deseo compartir, asunto más elemental: el vínculo entre el acuartelamiento que conocemos y el efecto apaciguador de la lluvia que cae, que nos iguala cuan inevitable es el capricho atmosférico, que no permite recorrer andenes, que a nadie deja indiferente, y, ¡sorpresa!, que a indefinido número de seres (no a la generalidad, claro) da en adormilar poquito a poco, susurro bienhechor. 

Es sabido que los humanos reaccionamos de maneras diversas a semejantes estímulos; así, esperar la misma respuesta, en toda circunstancia, de parte de individuos disímiles, suele generar terribles decepciones en tratándose de vivir en paz. En ese sentido básico, sí que se hizo aparente ahora que el retiro protector irrita a estos mientras equilibra a aquellos. Digamos: en cuestiones laborales hay quienes prefieren arriesgarse a ir a su lugar de trabajo, según lo anteriormente habitual, a quedarse en casa a ensordecerse con el ruidajo de computadores y de reuniones intrascendentes que acaso sería dable sustituir por correos electrónicos bien escritos. (Algunos de esos oficinistas aborrecen la “reunionitis” que viene adherida al teletrabajo: permanecer en sus hogares, siempre “fuera de línea”, se les reveló casi nueva forma de placer). 

En los dos tercios de año que enclaustrados cumplimos esta semana, es la vez primera que ya tres fuentes distintas, y de verificable fiabilidad, dan certezas superiores al 90% en cuanto a la capacidad de la vacuna contra el virus, una propia en cada caso. A este ritmo (aquí otra apreciación subjetiva), quizás completada una traslación solar de la calamidad cabría pensar en el real retorno colectivo a la vida económica y social, que no en vueltas parciales que desatan nuevas mortandades, como lamentablemente pasa en la época actual. No hemos llegado a destino, pero parece que lo haremos, entonces: paciencia. El arrullo de la dura rutina que serena a unos podría verse en tanto que regalo de los contemplativos para los apresurados: bálsamo que suaviza el dolor de estar vivos de a los que cuesta aminorar la marcha del pensamiento.