Carrera conmemorativa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com



La culpa la tiene mi madre, fue ella quien despertó mi instinto coleccionista hace ya 15 años durante una tarde sabatina de ocio en la que entramos en Abrapalabra y salimos con un ladrillo de mil y pico páginas protagonizado por un anciano senil que acosaba a los molinos de viento en Castilla-La Mancha. Su portada, con la apenas discernible figura del ingenioso hidalgo hecha de papel rasgado, es el símbolo del experimento moderno más exitoso de la Real Academia de la Lengua Española: su colección de ediciones conmemorativas. Trece libros con exquisitos terminados que celebran la riqueza de la literatura en español y que fungen como agradecimiento hacia los grandes autores que forjaron su construcción.

El segundo, también vino gracias a mi madre. Corría el año 2007, Gabo cumplía 80 años y junto a la inmortal cancha de baloncesto del Parque San Pío una librería llamada Catarsis luchaba por sobrevivir. Finalmente, no lo logró, pero no fue por culpa nuestra, nosotros apostamos por su permanencia comprando la hermosa edición verde oliva de Cien Años de Soledad que reventó las ventas aquel año. Cero e iban dos, ya era obligatorio llegar hasta el final.
Curiosamente, la edición de 2008 de La Región Más Transparente de Carlos Fuentes no tuvo gran difusión en Colombia y por eso fue una de mis mayores ballenas blancas hasta que en mi último año de universidad me topé con ella por accidente. Aquel día bajé por la Calle 16 con la firme intención de comerme uno de sus famosos buñuelos con avena, pero entonces la vi allí, esperándome paciente en una de las vetustas estanterías de la Librería Orión. Olvidé el buñuelo, ya tenía el alma llena.

Para mi vigesimoprimer cumpleaños uno de mis buenos amigos fue cómplice de esta aventura al sorprenderme con la espectacular edición de colores “halloweenescos” de La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa y con ella terminarían mis años de coleccionismo en Colombia, pues la reedición de El Quijote en 2015 y las siguientes ediciones que encumbraban la poesía de Neruda, Gabriela Mistral y Rubén Darío no despertaron particularmente mi interés. Mea culpa.

Entonces llegó el frenetismo de Nueva York y un corto paseo por el sótano de la sofisticada Macnally Jackson del barrio Nolita reavivaría mi pasión con La Colmena de Camilo José Cela. Poco pude hacer para reprimir mis impulsos cuando la RAE lanzó a finales de 2017 el doblete de Borges Esencial y Yo El Supremo de Augusto Roa Bastos (este último, lectura dolorosa, debo decir). Nadie parece tener piedad de mi billetera en esa Academia.

Por último, Rayuela de Julio Cortázar y el Señor presidente de Miguel Ángel Asturias fueron un doble obsequio de mi novia que siempre me recordarán dos Madrid diferentes: una, en la que reíamos tomando un vino en alguna terraza y, otra, la de los tapabocas y el encierro.

Esta carrera conmemorativa ha sido la idea editorial más brillante de este milenio y los que la seguimos nunca nos cansaremos de esperar expectantes por el nuevo homenajeado.