Desafíos para el Pot de Santa Marta, una ciudad de casi 500 años. Vocación económica con instantes de historia

Columnas de Opinión
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A propósito de la formulación del “POT 500 Años”, me detendré en ciertas condiciones espaciales, políticas y socioecómicas, traídas con brevedad desde el pasado, para reforzar la idea de no languidecer cuando se trata de afianzar la funcionalidad y, ¿Por qué no?, la jerarquía nacional y regional de nuestra ciudad.

La fundación de Santa Marta, en 1525, respondió al ideal de ciudad-puerto en la forma de dominio hispano. Entre la catequización de indios y esclavos, los siglos siguientes atisban la incesante destrucción y reconstrucción del primigenio poblado abatido por saqueos y cañoneos piratas, temblores, derrumbes e inundaciones, o las quemas y ataques de caciques enfurecidos. Y sólo mediante la Real Cédula del 12 de octubre de 1778, como puerto oficial, aunque menor, la pequeña villa se integró al comercio libre de España a Las Indias.

El deceso de Simón Bolívar, en 1830, agrandaría el simbolismo histórico de la ciudad y su papel en los albores de la nación colombiana. Ciertos momentos de esplendor trasladan al liberalismo del siglo 19 cuando la ciudad-puerto se destacaba y en su senda desplazaba a la heroica Cartagena. A través de la Ciénaga Grande y del Río Magdalena, Santa Marta dinamizaba la importación de innumerables mercaderías esparcidas por el planeta. Pero después, cuando su posicionamiento portuario sucumbe ante el impulso de Sabanilla (c.1872), el pueblo samario encaró la pobreza, la hambruna, la peste, la mortandad y el desangre habitual desatado por las guerras.

La travesía hacia el siglo 20 estuvo acompañada por las colonizaciones extranjeras, el florecimiento del café en las estribaciones de la Sierra Nevada, y, asimismo, la llegada de la United Fruit Company, articulada a los propósitos nacionales desde un comienzo. De forma inusitada Santa Marta reactivó su antiquísima interacción con océanos y puertos, y mantuvo también el histórico complemento socioeconómico y cultural con, en aquel tiempo, San Juan del Córdoba, hoy Ciénaga. La bonanza de los años 20s agitó la dinámica del puerto, y el tren, con su corto trayecto, traqueteaba al vaivén de racimos de guineo, mercancías extranjeras, y con el ir y venir de viajeros, lugareños, nacionales y extranjeros.

Si bien con el paso del tiempo la ciudad de Bastidas vio estrechar su economía y su influencia, también potenció sus condiciones turísticas y repuntó una vez más con El Rodadero, La Bahía y la Fiesta del Mar, al compás de la cumbia y a lo mejor de la bonanza marimbera. En 1967 se achicó su entorno capitalino con la extinción del Magdalena Grande. Y ya al caer el siglo, con el reconocimiento constitucional de Distrito Turístico, Cultural e Histórico, al lado de la vocación portuaria, Santa Marta reafirmó su cualidad turística contando con el mar, el ecosistema verde-azulado de la Sierra Nevada y el Parque Tayrona, la arqueología de Mazinga y Ciudad Perdida, la arquitectura y el emblema del Centro Histórico, la memoria pesquera y cafetera, más la diversidad cultural de la gente samaria, entre otras firmezas.

El POT de primera generación “Jate Matuna”, aún vigente, - cuya formulación lideré como Secretaria de Planeación Distrital- se ensambló en el paisaje citadino de finales del milenio, defendiendo el posicionamiento local en el Caribe y en el país; además planteó el imperativo de participar en la gestión de los recursos naturales propios del entorno urbano, rural y costero. Y aunque una parte de los contenidos ambientales se retoman en el “POT 500 Años”, favoreciendo la continuidad de procesos medulares precedentes, otros, relativos a las ventajas comparativas y a la funcionalidad en el Eje Caribe, particularmente, se omiten o atenúan sin los análisis que ameritan tales supresiones.