Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Muchos creen que a Donald Trump le pasarán factura en cuatro meses, cuando las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, entre otras razones, debido a la forma chabacana suya de lidiar la crisis federal del coronavirus.
Conque si el presidente no da en soltarse el nudo de la corbata, remangarse y ponerse las botas (la máscara, la visera, el gel hidroalcohólico), de ello no es culpable, desde luego. Los que votaron a Donald en noviembre de 2016 ya contaban años de sobra de conocerlo, y, no obstante, lo eligieron. O, mejor dicho: a causa de eso lo eligieron. Nadie echaba de menos en los Estados Unidos de aquella época las virtudes democráticas del candidato Trump, ni siquiera él mismo; a pocos inquietaba que el republicano implicara que, una vez electo, iba a reducir el diálogo, las subvenciones de abortos en algún país satélite, la seguridad social de los pobres, o que no tuviera la mínima intención de abogar por los derechos de afroamericanos, homosexuales, inmigrantes, etc. Recuerdo que lo anunció en la propia cara de todo aquel que quisiera oírlo.
¿Por qué hoy es de extrañar que le haya dado prioridad al inmenso aparato productivo yanqui antes que a la salud pública? Es igual actitud que reprochar, a la manera de ciertos “opinadores”, su admiración a Putin o a Orban, y no a liberales dizque convencidos. ¿A quién juzgarían correcto que imitara?, ¿realmente debería fijarse en personas diferentes a los que mandan sin dar vueltas formalmente deliberativas?: ¿acaso la democracia no envuelve el deber de tolerancia frente a los extremos de dirección estatal, incluido el pérfido –véase Colombia-? Los que desean imprecar a Donald Trump llamándole “admirador de dictadores” ejercen la facultad de protesta en función de señalar nada aparte de tonta obviedad, pues Trump ensalza íntimamente al autoritarismo porque bien se sabe autoritario. ¿Y? –pregunta-. Para algo está él allí –se contesta-.
En el mundo de la oferta y la demanda (el único que conoce), que es medioambiente feroz e intrínsecamente justo, el egoísmo no es cosa mala, es el motor de la actuación. Hay socios, no amigos. De haber pérdidas, se busca apoyo financiero, mas ojalá no tocara repartir los dividendos. La cuestión societaria, la vida corporativa, son meros estadios transitorios de la posterior individuación del dueño de un poder económico. Así, cuando Trump cultiva en el gobierno del virus el ideal comercial de “Nos voy a hacer ganar plata”, a través de la promesa de “Aunque vamos a tener mermas humanas, al final ganaremos”, simplemente está aplicando lo que aprendió clarito en la infancia. Sería muy digno que sus electores ahora guardaran silencio.