Médicos con fronteras

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Lo supe hace poco. No tenía idea de que en la medicina, como en el derecho, también podía haber sesgos ideológicos que determinen las apetencias de especialización profesional. Recuerdo ahora a los abogados que ejercen el derecho del trabajo: su talante particular suele ser el que sintoniza con el derecho obrero, y por ello se comportan, en los juzgados o viendo televisión, muy críticos del sistema económico y de las inequidades (no en vano afirman aspirar a corregir el “natural desequilibrio que existe entre empleador y trabajador…”). En la orilla opuesta yacen los abogados comercialistas, por nombrar algunos; tales piensan frecuentemente que la realidad social es no es disímil: es justa, y en ese sentido, redituable. Su motivación es ayudar a ganar dinero, legalmente, a sus poderdantes o empleadores.

Por supuesto, abundan laboralistas que apadrinan a “el capital”, y que, en consecuencia, poseen un criterio letrado diríase patronal. Y hay, desde luego, comercialistas que se dedican a promover a la pequeña y mediana empresa, y eso es correcto. Todo esto está permitido; y debe estarlo: a fin de cuentas, ni el derecho ni su aspiración, la justicia, constituyen problema uniforme que los ciudadanos, juristas o no, estén obligados a concebir similarmente. La diferencia, dentro del mundo jurídico, está, pues, no solo permitida, sino incentivada: es menester debatir civilmente los desacuerdos y encontrar una verdad en la mitad de los argumentos. En teoría, parece fácil, más allá de que no lo sea; sin embargo, es lo máximo a que se ha llegado por la paz.

En la medicina, la cuestión se me aparecía de mejor comprensión. Sabía de los médicos que arreglan corazones o cerebros, mentes o rodillas, y a ellos los advertía cuan abnegados son, sin dejar de lado a los que componen la nariz o borran la cicatriz. Me decía a mí mismo: ¿no ejecutan, cada cual a su modo, equivalentes tareas? Es decir, ¿acaso no es igual de importante tener bueno el corazón que sentir que la vida vale la pena (algunas personas consideran a la percepción estética, propia y ajena, parte de la alegría de vivir, por ejemplo)? Cualquier acción de progreso en la integridad física o psíquica de un paciente me era digna de admiración. Hasta que cierto mal día llegó este asunto de la pandemia, y, a semejanza de tantas cosas, ya no sabe uno qué creer. Resulta que aparentemente pululan miradas diversas respecto de la formulación, en tiempo real, de las políticas públicas de enfrentamiento del virus desde el aspecto humano.

Dicen que en una esquina residen los expertos en salud pública (epidemiólogos, infectólogos, inmunólogos), digamos, los partidarios de las cuarentenas y la prevención, según entiendo. En la otra margen, a manera de rivales, escucho que habitan los intensivistas, que, como está implícito en su denominación, se ocupan de los cuidados intensivos, algo que, valga decirlo, se ofrece apenas a aquellos enfermos con posibilidades de sobrevivir mediante dicho soporte vital (a los otros, no). En esta época amarga y gris quiere quedar claro que los primeros son doctores que se ven pendientes de la sociedad toda (a semejanza de los preocupados laboralistas). Mientras que los segundos podrían quizás verse necesitados de gente en estado grave para poder actuar –los privatistas-, y entonces se los acusa de insensibilidad. Me rehúso a creerlo.


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