Minca: Sin Dios y sin ley

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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


La reciente temporada turística ha sido una de las más exitosas para la ciudad de Santa Marta durante los últimos años (97% de ocupación, Cotelco).
Esto, aunque es positivo para el posicionamiento de la ciudad como destino turístico, también ha expuesto los efectos de la incapacidad de los gobiernos de antes y ahora para gestionar el desarrollo sustentable del territorio.

Minca, es una muestra del menosprecio de la planificación por parte de las autoridades públicas de la ciudad y de la indiferencia del sector privado frente a la gestión del territorio. Puntualmente, la desactualización del Plan de Ordenamiento Territorial, auspiciada por los últimos gobiernos, ha propiciado que, contrario a la oportunidad de hacer de este un atractivo estratégico para la oferta de ciudad, el mismo se encuentre ad portas de un irreversible detrimento socioeconómico.

Con una inversión tan alta como la que se dispuso en la rehabilitación y mejoramiento de la vía Minca-Mamatoco ($43 mil millones), la incapacidad para planificar y ejecutar de nuestras autoridades, permitieron que esta obra fuera desarrollada sin considerar las necesidades de movilidad de largo plazo del sector. Esto obedeció en gran parte a que durante años se ha permitido la invasión del derecho de vía del corredor, con construcciones y parqueaderos que además de disminuir la funcionalidad del mismo, representan en la actualidad un alto costo para la gestión predial que requiere su ampliación. Esta necesidad de ampliación se evidencia especialmente sobre el tramo Mamatoco-Tres Puentes, donde por efecto del acelerado crecimiento poblacional de la zona, el aumento del tráfico urbano-intermunicipal colapsa diariamente.

Esa ineficiente planificación también dio lugar a que dicha obra, se ejecutara sin el soporte de un plan de manejo que permitiera identificar con antelación, las necesidades del corregimiento para la gestión de su desarrollo, los impactos de las intervenciones, así como las medidas necesarias y oportunas para mitigarlos.
En suma, el desarrollo desordenado de las actividades en el corregimiento, han detonado la aceleración de la invasión indiscriminada de la ronda hídrica por parte de particulares, lo cual resulta impresentable por parte de las autoridades de gobierno y ambiente, pues con su negligencia, han terminado por contribuir no solo con el deterioro de la calidad del agua, sino con el aumento del riesgo para las comunidades asentadas irregularmente, y en general la pérdida del valor ecológico del sector.

Producto del descontrol del territorio, se empiezan igualmente a evidenciar afectaciones sobre la estructura social del corregimiento, debido a su proceso de gentrificación -término creado por la socióloga Ruth Glass, que se refiere al “aburguesamiento elitista que ocupa los barrios y ciudades”- que en esencia es el desplazamiento de un grupo social por otro con mayor nivel socioeconómico.

La gentrificación comienza a hacer carrera en Minca, por cuenta de la presión y procesos especulativos del mercado inmobiliario y de la tierra, facilitados con la llegada de inversionistas que, además de adquirir las propiedades de residentes locales, se han hecho al mayor control de la gestión de la oferta de servicios y productos turísticos de la zona. Esto, además de impactar la economía local, afecta los patrones de costumbres, hábitos y procesos de cohesión del grupo social propio de la zona.

Minca sin Dios y sin Ley, tardará poco en convertirse en caldo de cultivo para conflictos socioterritoriales que, pueden derivar en la pérdida de un valioso patrimonio ambiental y turístico de la oferta rural de la ciudad.

Sin planificación, no será posible la armonía en el territorio ni para los propios, los visitantes y mucho menos los nuevos residentes. Urge que como sociedad, reaccionemos y tomemos conciencia de que nuestra indiferencia, tarde o temprano pasará factura sobre nuestra de calidad de vida.
Minca, es Santa Marta! Minca, somos todos!