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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Qué tiene de raro que el expresidente de la República más investigado por la Justicia en la historia de Colombia haya contratado los servicios profesionales de un abogado que, además de esto, se confiesa orgullosamente gánster de medio tiempo? En mi opinión, nada.

Por más lamentable que ello sea –además de vergonzoso para quienes somos agentes del derecho-, es difícil sorprenderse con tal noticia si uno vive aquí y está más o menos enterado de algo. Sin embargo, no puede quedar como anécdota lo ridículo del contexto en que tan insigne jurista se expresó de la manera aludida: al parecer intentaba impresionar a una mujer, a la que, presumiblemente, quería convencer de ser un tipo muy interesante a partir de la afirmación implícita en el oxímoron propuesto: él es un defensor de la juridicidad penal en apariencia, pero en verdad no lo es, sino que ejecuta en la sombra actos relativos a todo lo contrario. Es un infiltrado en el sistema –implicó- para acabar de corromperlo y beneficiar a sus clientes con ello.

Al parecer, y según lo entiendo, hacerse asociar a una imagen de “intrepidez” contra la sociedad puede generar valor para quienes son los actores principales de cierto teatro. Ignoro si –como tal vez ocurre en este caso- eso sirva para presentarse de forma más atractiva ante los ojos de algunas damas; o si, en efecto, para tener clientes de peso en Colombia –como expresidentes de la República encartados- haya, no que destacar académicamente, sino ser reconocido como experto en desguazar la ley y saber venderla por partes como carro robado en talleres mecánicos clandestinos. Sin embargo, tengo una paciente certeza en medio de tantas dudas: la putrefacción ética no es por completo incompatible con la estupidez más aguda, como algunos creen.

Diego Cadena, el abogado de Álvaro Uribe protagonista de dicha comedia, es prueba de ello. Es dable que este último –que anda en mala racha- se encuentre arrepentido de haberse dejado apadrinar de alguien que deja tanta estela, de quien no puede comportarse sino como un aprendiz de mafioso al que siempre graban y ni cuenta se da. Así, tenemos un problema grave en esta sociedad, entre tantos otros de difícil resolución. No sé si este sea causa o efecto de los demás, o si, justamente, tal discapacidad moral se trate, a la vez, de causa y efecto simultáneos respecto de aquellos: personajes como Cadena (y su jefe Uribe, desde luego) son respetados, admirados y hasta amados en Colombia. Mientras en países en los que prevalece la virtud social por encima de sus vicios el juicio de reproche no judicial es cosa automática, aquí no hay lugar a reprochar nada a quien pasa por encima de los demás. Los demás no existen.

Recuerdo muy bien a un colega caleño con el que solíamos discutir en grupo asuntos de derecho en la universidad. Un día nos riñó porque el tema de la conversación conjunta tendió hacia la crítica por la narco-infiltración que se daba hasta en la música salsa (recién se había evidenciado que una canción de esa variedad había sido compuesta de manera que las letras iniciales de cada verso hicieran el nombre de un poderoso narcotraficante del Valle del Cauca, a modo de dedicatoria lambona). Era, posiblemente, aquel buen muchacho, el estudiante más capaz e inteligente de la cohorte. Desde entonces empecé a intuir que –como lo compruebo cada vez que hay elecciones- en Colombia lo malo es bueno, lo bueno es malo, y bien, gracias. Y punto.