Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Un año más, un año menos: qué más da. El hecho es que ya soy mayor de edad, dentro de aquella lógica que se ha establecido desde hace no sé cuánto tiempo, según la cual la juventud termina a los veintinueve y a los treinta, de golpe, empieza la madurez.
Pues acabo de entrar al club de los maduros, aunque -siento defraudar la expectativa- la verdad es que no me siento ni más hecho, ni más formado, ni mejor en nada.
Por el contrario, creo que antes era más eficaz subiendo unas escaleras, jugando al fútbol, o incluso escribiendo notas como esta.
Ha sido inevitable, sin embargo, preguntarme cosas acerca de la vida, de la existencia humana, de Dios, del destino, y de otros asuntos sin respuesta definitiva. T
al vez en eso sea mejor ahora: en la paciencia para la divagación. Se dedica uno ahora a observar con mayor detenimiento las cosas, se pregunta uno cuánto tiempo tarda recorrer ciertas distancias, mira las etiquetas de los productos a ver qué contienen -a ver si el cuerpo aguanta-, se duerme uno viendo un partido de la Copa América que está emocionante, se levanta uno muy a las cuatro de la mañana dizque a ordenarse la vida, se pasa uno un domingo en la casa, descansando, porque el lunes siguiente hay que trabajar, y piensa, piensa y piensa; en fin, es verdad, me acabo de dar cuenta: se vuelve uno viejo.
Por estos días me la he pasado viendo, hablando y escribiendo de fútbol. Me parece que ese deporte, como ningún otro, representa -recrea- las cosas de la vida de la forma más fidedigna, valga el pleonasmo: de forma realmente realista. Me encanta ver al equipo inferior superar al onceno lleno de estrellas, a punta de sangre, sudor y lágrimas; me doy la razón cada vez que veo a un apasionado conjunto derrotar a uno frío y vanidoso -narcisista, llamaron alguna vez a Colombia en un periódico portugués-, sin importar que este último sea mejor, hombre por hombre; en fin, me encanta la lógica futbolística, que no respeta ninguna lógica barata.
¿Y por qué hablo de gimnasia si antes hablaba de magnesia? Pues, como lo he dicho, ahora me la paso pensando, imaginando y recordando -mal que me pese-, y en esas, el fútbol me vuelve a dar una respuesta sobre esto de la juventud y de la vejez: hace algún tiempo una pasada gloria del fútbol uruguayo explicaba las razones según las cuales -y según él- uno de los grandes clubes de Montevideo ya no era el equipo de "antes": decía entonces el anciano que la escuadra en cuestión era ya un equipo lleno de veteranos, un cuadro sin jóvenes, y que más allá de la sobrevaloración de la experiencia, los jóvenes eran en últimas los que hacían ganadores a los equipos, ¿por qué?, porque los jóvenes estaban llenos de ilusión, y el fútbol, señores, no era más que eso: ilusión.
Siguiendo esta idea, ¿será la vida ilusión, ella, que tanto se parece al fútbol?, ¿será que a medida que se envejece se pierde la ilusión, o no: se acrecienta?, ¿tendrá razón el pontífice futbolístico aquél, a quien he citado para reforzar lo que quiero pensar?, ¿tendré razón yo, que digo que fútbol, vida e ilusión la misma vaina son? Lo único que puedo decir hasta ahora es que el partido de la vida es, más allá de toda duda, dolor o engaño, apasionante, y que tal vez haya que olvidarse un poco de los resultados -al estilo Menotti-, y vivir para divertirse impune, infantilmente, como si se estuviera pateando una pelota para siempre, que si uno se divierte viviendo es factible que las posibilidades de obtener lo que se desea se incrementen, y si así no sucede, por lo menos se podrá hacer una consciente burla de la muerte, mamarle gallo, el día ese del pitazo final.