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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La sentencia con que he intitulado esta columna alguien la creó para resumir ese “Yo sé lo que es mejor para ti” que caracterizó al período de la historia europea originado hacia la segunda mitad del siglo XVIII, es decir, un poco antes del advenimiento de la Revolución francesa.
Al momento a que me refiero se le conoce como Despotismo Ilustrado (o Benevolente), y fue el resultado de la contaminación que sufrieron los burgueses (y algunos aristócratas) en los países más influyentes de ese Antiguo Régimen, uno absolutamente monárquico, respecto de las ideas nada supersticiosas ni ignorantes del movimiento denominado la Ilustración. Frente a esa fisura, a los reyes concernidos no les quedó de otra sino aceptar que el mundo de entonces estaba cambiando y que, en consecuencia, había que intentar fluir con las novedades, si no querían que su cabeza terminara rodando por ahí, a instancias de la plebe, ahora pensante y sapiente.

Después, como decía, vendrían la Toma de la Bastilla y Napoleón Bonaparte a notariar lo que se había venido gestando en el vientre popular: todas las personas son iguales ante la ley. Al calor del Despotismo Ilustrado no fueron pocos los filósofos europeos que iluminaron el firmamento político con sus ideas de vanguardia, siempre sin tener a la violencia revolucionaria como un método válido para concretar aquellas. Es por esto que se considera posible que las monarquías creyeran conveniente hacerle el juego al ideal ilustrado, el que, en el fondo –debían de intuir-, no podría zaherir la superior dignidad de sus coronas. La historia les demostró lo equivocados que estaban: el paternalismo de los reyes europeos durante este tiempo no hizo sino enardecer al vulgo, que presenciaba cómo los pensamientos de progreso eran hechos plataforma real para la acumulación de más poder absolutista. Hasta que el sarao cesó.

En Colombia, durante estos días, vivimos los actos de un Gobierno que, en pleno auge de la información, representa un ridículo intento de Despotismo Ilustrado. Bueno, al menos despotismo sí es; ilustrado, no se sabe. Por ejemplo, hace algunas semanas, el grotesco ministro de Defensa se propuso, en rueda de prensa, humillar a los periodistas de Santa Marta que le hacían justos cuestionamientos acerca de la matazón que padece la capital de Magdalena. Mientras tanto, el seriamente dudoso ministro de Hacienda acepta, sin vergüenza alguna, que no sabe de dónde viene el desempleo rampante de hoy ni mucho menos qué hacer para controlarlo. Por su parte, la señora ministra del Interior no se queda atrás: participó, y con suficiencia, en la muerte de la ley que podía haber privado a los condenados por corrupción del beneficio de la prisión domiciliaria, y para ello engañó hasta a un congresista del partido de gobierno. Y así por el estilo.

¿Qué otra cosa se podía esperar de este, un gobierno sanguijuelado por la sombra que no está en la Casa de Nariño pero que la regenta? Resta aguantar más secuelas del mal juicio de un electorado que, ausente de detenimiento, se deja dominar por sus trastornos; pueblo al que, como hace casi tres siglos en Francia, sus ventajistas sociales suelen hacer el favor de avisarle –con premeditación y alevosía- qué es lo que le conviene. Viéndolo bien, ojalá fuera paternalismo lo de aquí, como en aquella Europa: pero no, nuestra “ilustración” es apenas burdo marionetismo.


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