La democracia mercantilizada

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


“En política hay pocas fuerzas más difíciles de resistir como la sensación de que algo es inevitable; los seres humanos se mueven como rebaños y, al igual que las ovejas, siempre corren hacia la seguridad que les proporciona el vencedor”.

Este extracto de la obra “Imperium” de Robert Harris, no puede ser más cierto durante los periodos electorales, cuando las decisiones de los electores se ven influenciadas por la percepción de victoria o derrota de los candidatos que integran la contienda, dejando de lado el análisis de sus opciones con base en criterios razonables, desde la condición de ciudadanos y las responsabilidades que esto implica con el desarrollo de nuestros territorios.

A pesar de la trascendencia que para una sociedad en Democracia tienen los debates electorales, en gran parte del país estos se han visto reducidos a un periodo de jolgorio y despilfarro, que sin ningún pudor se estimulan y desarrollan por parte de candidatos, que buscan mediante esta estrategia desviar el escrutinio sobre la pobreza de sus calidades éticas, morales y profesionales, las cuales deberían ser del más alto nivel para desempeñarse como administradores de lo público.

Esta desviación es tan profunda en nuestro sistema democrático, en gran parte por el debilitamiento de los valores individuales y colectivos de nuestra sociedad, al punto en que el ejercicio electoral se traduce para muchos electores, en transacciones abiertas al mejor postor. La austeridad ya no se admite en política, condición ésta que necesariamente ha impactado el costo de las campañas, y esto a su vez ha propiciado que la hegemonía del poder se mantenga durante varios periodos en los mismos clanes.

Pese a lo anterior, durante campaña esos mismos políticos pretenden promoverse como salvadores o dueños de la moralidad pública, sin embargo por debajo de la mesa negocian sus aspiraciones con los mercaderes de la Democracia, quienes solo están dispuestos a “invertir” en los proyectos políticos de quienes garanticen el retorno de sus capitales, bien sea por la entrega de posiciones de gabinetes y/o mediante la adjudicación de jugosos contratos de proyectos de inversión.

Obviamente, nadie compra huevo para vender huevo, por tanto, estos mercaderes esperan su retorno de capital con creses, lo que necesariamente implica el sacrificio de la cobertura y calidades de la oferta de obras y servicios que el Estado provee, llámense estos; servicios públicos, salud, educación, conectividad, entre otros. Pero como en la democracia mercantilizada, de lo que se trata es de qué quienes se tranzan obtengan sus beneficios; ya en calidad de gobernantes, los políticos buscan sacar su propia tajada y la de su círculo más íntimo, lo que implica, aún menos cobertura y calidad de obras y servicios para la ciudadanía.

Como no hay crimen perfecto, todos esos procesos de defraudación al Estado que se llevan a cabo para pagar a los mercaderes de la Democracia, terminan dejando evidencias de las conductas delictivas cometidas. De ahí una de las razones para que esos políticos hagan hasta lo impensable para mantener su poder a través de los gobiernos que les preceden, ya sea directamente o en cuerpo ajeno. De lo contrario corren el riesgo de perder su capacidad de maniobra política, legal y económica para evadir la justicia.  

Este círculo vicioso que todos conocemos, da cuenta de que estamos ante un escenario en que la política se ha desnaturalizado de su esencia de servicio a la sociedad, para mutar hacia la mercantilización de su propósito; se compra y se vende al “mejor” postor, como un vehículo de poder y enriquecimiento expedito.

Aunque somos conscientes que esto nos está llevando a la debacle moral, institucional y económica, no hemos decidido dar el salto hacia la madurez y responsabilidad política. No hemos querido entender que en política la “victoria” o “derrota” no es para el candidato, es para el pueblo, que con sus decisiones electorales puede optar por ser libre o seguir condenándose a ser el rebaño ciego, guiado por locos.

Se aproxima un nuevo debate electoral, es la oportunidad para que exijamos que se levante el “embargo” que pesa sobre nuestras regiones. No permitamos que se sigan financiando las campañas “vencedoras”, derrotando nuestro bienestar, desarrollo y sostenibilidad de nuestros territorios.