Color de piel: una larga lucha (3)

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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Mi columna anterior la finiquité diciendo que todavía era impertinente decir que en nuestra sociedad "lo de la raza es algo pasado de moda"; al igual que decir que el racismo es un hecho del pasado.

Observando este mundo me atrevo a pensar lo contrario: los racistas andan sueltos por todas partes, dando cada vez más pruebas irrefutables. Como cualquier demonio terrenal, el racismo ha aprendido a arroparse con los mejores disfraces y aderezarse con las más odoríficas sutilezas.

Precisamente, en mi Ciénaga natal he tenido que desmentir a ciertos escritores (algunos en trance de historiadores) cuando de manera desparpajante han venido afirmando que "durante la presencia de la United Fruit Company en el municipio de Ciénaga nunca hubo negros". Una declaración a todas luces anti-histórica y raciológica que pretende invisibilizar la notoria presencia de afrodescendientes tanto en la siembra como en el corte y embarque de banano.

A ciertos escritores cienagueros se les exacerbó la conciencia racista (algunos por cierto con rasgos negroides) desde el momento en que el escultor antioqueño, Rodrigo Arenas Betancourt le dispensó a Ciénaga el llamado "Monumento de las Bananeras", como un claro reconocimiento de la lucha de los trabajadores del banano en 1928.

El monumento se encuentra empotrado (y absolutamente olvidado), desde el año 1978, en la antigua Plaza de la Estación del ferrocarril de Ciénaga. La escultura de "el negro del machete" (considerado por dichos escritores como un "adefesio"), con su erguida y zahiriente presencia, ha encorvado cualquier intención de "blanqueamiento" de la historia de Ciénaga. Y es precisamente por eso que fastidia la "pureza de sangre" de unos cuantos escritores.

El señor Minor Cooper Keith (uno de los fundadores de la UFC) optó, desde un comienzo, por preferir a los negros para el negocio del banano en los países de Centroamérica. El señor Keith empezó a sentir cierta admiración por la "resistencia física" y los "buenos modales" de los negros jamaiquinos. Una marca que se tornó indeleble derivada de la ideología racista que mantuvo durante su reinado en la UFC.

La UFC fue elaborando un "modelo de trabajador" (el de más conveniencia) para las penosas faenas en sus plantaciones. Siempre se preocupó por saber cuál era la mano de obra más productiva y económica. También la menos problemática. Ya había tenido en Centroamérica algunas experiencias desagradables con trabajadores norteamericanos, chinos e italianos.

La razón había sido la rebeldía de algunos trabajadores ante el inhumano trato de la empresa y las agrestes condiciones del medio donde se desempañaban.

Con la experiencia en el manejo de la mano de obra de diversos países, el señor Keith terminó por reconocer una teoría raciológica aceptada por buena parte del mundo: la mano de obra negra, originaria de las colonias británicas en el Caribe, terminó ocupando el primer lugar.

Refiriéndose a la sumisión de los negros decía que "eran extremadamente educados". Keith terminó prefiriendo a los jamaiquinos como "trabajadores ideales" para su propósito expansionista del banano. Entre otras cosas porque en Jamaica no abundaban buenas posibilidades de empleo y cuando se lograban eran mal pagos los trabajadores (20 centavos de dólar al día).

La UFC empleó, cuando lo consideró necesario, el contrabando de la mano de obra negra de origen jamaiquino. En el caso colombiano introdujo ilegalmente por los puertos de Santa Marta y Barranquilla este tipo de trabajadores bajo el criterio racista de ser mejores trabajadores que los nativos. Los jefes de aduana eran sobornados por la gran empresa para que se hicieran los de la vista gorda.