De los sicarios morales y otros demonios

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


En días pasados el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez, en medio de una acalorada sesión en el Congreso de la República, señaló directamente y sin titubeos al también senador Gustavo Petro de ser un “sicario moral”.
Esta expresión, que si bien resulta impactante por decir lo menos, se usa precisamente para descalificar de manera nefasta al adversario verbal de turno y más allá de los aplausos o repudios que se puedan generar dependiendo de los afectos que despierten los protagonistas enfrentados; lo cierto es que por la carga mediática, vale la pena que ésta expresión se analice, especialmente en el actual contexto político del país.

Si nos detenemos en las palabras que componen la expresión, vemos que estas se oponen y que resulta casi absurdo que se puedan utilizar juntas para referirse a un mismo individuo, pues mientras sicario describe a quién por dinero asume el encargo de otro para cometer un delito de homicidio; moral se precisa como el conjunto de normas que se consideran buenas para dirigir el comportamiento en una sociedad.

En este orden de ideas, la expresión busca señalar a alguien como responsable de eliminar moralmente a otro por encargo. Más allá de los señalamientos políticos que antes se mencionaron y para infortunio de todos, esta expresión describe en realidad el rol que algunos personajes a nivel local, regional y nacional están ejerciendo en el ámbito político de las mismas escalas.
El objetivo de los “sicarios morales” es el de participar calculadamente de los debates públicos, con el afán de obtener beneficios particulares para un tercero, quién les “patrocina” o compensa por estas acciones.

Para atacar a sus víctimas, estos personajes han hecho de las redes sociales y hasta de los medios de comunicación, sus más letales armas; y de las medias verdades, sus municiones. Algunos se escudan en el cobarde anonimato, mientras que otros aún más peligrosos, engañosamente usurpan la respetable figura de generadores de opinión para acceder a medios de información formales o informales, los cuales se convierten en las plataformas ideales y expeditas para ultimar el buen nombre de a quién por encargo les corresponde atacar.

Sin detrimento de lo anterior, otra de las herramientas es el abuso y manipulación del aparato judicial para intimidar y desgastar a sus adversarios en procesos legales que le cuestan finalmente al Estado y a la ciudadanía en general. El resultado esperado, es sacar de la contienda argumentativa al adversario objetivo, descalificándolo ante la opinión pública y/o los seguidores del mismo.

Este rol, igualmente lo pueden desempeñar en la condición de defensores y es ahí cuando los vemos en la tarea de desestimar, negar y desviar a la atención pública de los ataques que reciben sus patrocinadores. En esto, llegan a ser tan efectivos, que inclusive pueden convencer de que es por convicción su supuesta solidaridad con la “causa”. Esto último, nada más lejos de la realidad, pues su experticia es el arte del engaño y por tanto su naturaleza arribista nada tiene que ver con empatizar en favor de las causas de otro.

La gran prueba para el “sicario moral” se presenta cuando por gajes del oficio y siguiendo la lógica de su negocio; es decir “estar al servicio del mejor postor”, éste se ve obligado a cambiar de bando, para lo cual debe hacer uso de sus habilidades acrobáticas, las que le permiten llevar su lenguaje furibundo de un extremo a otro. Sin embargo, lo que más impresiona es cómo con la mayor astucia camuflan su oportunismo tras un retorcido acto de contrición, para justificar el salto olímpico de sus posiciones.

Pese a todo el arribismo y sagacidad posibles, de los “sicarios morales” y otros demonios, el tiempo se encarga. Éste finalmente terminará desnudando sus vilezas y extirpando sus credibilidades. Ese mismo tiempo que a nadie perdona, expondrá ante la sociedad sus desteñidas figuras públicas, las cuales solo podrán reflejar la decadencia moral que ni con todo el beneficio económico producto del terrorismo y extorsión mediática podrán cubrir.