Un golpe millennial

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Uno puede estar en desacuerdo con el gobierno que encabeza Nicolás Maduro en Venezuela. Uno puede llamar al presidente venezolano “Maburro”, con bronca o solo con sorna.
Uno hasta puede ser bastante lambón de los gringos, como lo son las principales cadenas de televisión colombianas, y entonces denominar “dictador” a Maduro, y a Juan Guaidó “presidente encargado” o “presidente interino” (que sobre esta terminología no hay claridad a la fecha). Uno hasta puede considerar -como, por ejemplo, lo hago yo- que Maduro es un gobernante ilegítimo, y que, empezando por Diosdado Cabello, lo que hay allí es una cuadrilla de militares y policías corruptos (aunque no sean los únicos del vecindario) muy cómodos con las utilidades del negociazo de la droga, en el que la inmensa frontera con Colombia tiene mucho que ver.

Pero, más allá de la maleza, creo que ya pudo avizorarse del todo la fragilidad de la aventura institucional que Guaidó intenta desde que se proclamó presidente. (Y aquí agregaría: “por sí y ante sí”, si no fuera porque el muy patriota se nombró jefe de Estado por, y ante, los “expertos” gringos en constituciones venezolanas). Ha dejado ver, en este par de meses, que es solo un pescador en río revuelto, y que, con todo lo dañino que sigue siendo Maduro para Venezuela, el bueno por conocer podría llegar a ser peor que el malo conocido. No en vano, ese juvenil, que tanto habla de reconciliación y de legalidad, ha resultado ser el instigador de una intervención militar extranjera en su país, tipo Panamá 1989, ya por parte de sus jefes del norte, ya desde el portaviones que tales quieren ver en esta Colombia que navega a toda velocidad hacia el pasado.

Guaidó solo actúa en consonancia con el plan que le dibujan en el tablero otros, yanquis o locales -o colombianos-. Y él, en el fondo un tanto ingenuo (no por joven, sino por hambriento de poder), se deja llevar. Da muestras de creer que la política es un asunto de retórica o de sonrisas, de “cercos diplomáticos”, de conciertos musicales que benefician a terceros bien avispados, o de brindar espectáculo ante las cámaras y los micrófonos. El hombre parece estar convencido de que vive en un reality, o mejor, en una película, y que él es su protagonista. Me pregunto si habrá más gente como este niñato en Venezuela, individuos convencidos de merecer honores solo porque sí (si ello es así, se explicarían muchas cosas). Maduro, por su parte, sin universidad ni nada, se yergue ante los que lo consideran bruto. En realidad, ni es bruto ni es débil. Sí que sabe pegar y resistir, a veces me parece que más que el propio Hugo Chávez, su mentor.

A propósito: he recordado la idea que leí en un interesante libro de memorias de Richard Nixon, el obseso y duro presidente republicano que se hizo a sí mismo. Escribió el patrocinador de Augusto Pinochet que la gente, instintivamente, sabe a quién elegir para que la dirija (imagino que no se refería a los colombianos); y que, en virtud de ello, por bien que a alguien le caiga el joven alegre y amable que vive por su cuadra, no es seguro que aquel designe a este como su líder, pues en esos menesteres la mayoría prefiere al que pruebe saber de la vida y sus dificultades, aunque no sea simpático. Nixon primero perdió ante John F. Kennedy, pero después ganó dos elecciones presidenciales más. Y entonces volvió a caer. A fe que sabía lo que decía.


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