Las víctimas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Cuando ya creíamos pasadas las épocas del Cartel de Medellín, que compraba (o bloqueaba, o bombardeaba) las ediciones de El Espectador en aquella ciudad, por considerarlas lesivas para sus criminales intereses, la realidad de Magdalena y de Santa Marta, nuestra realidad, nos sorprende.

(Aunque, tal vez, "sorpresa" no sea la palabra adecuada para esto; ¿debería decir, en su lugar, "confirmación de lo por todos sabido"?).

En un hecho coloreado con el más vulgar mafiosismo, el pasado domingo 19 de junio de 2011, al parecer todas las ediciones del diario El Heraldo, de Barranquilla, fueron compradas (obviamente desconozco las circunstancias de modo, tiempo y lugar) por interesados en esconder algo que el día señalado iba a ser revelado por el prestigioso periódico caribeño. ¿Qué sería?

Atengámonos a los hechos (que, como dicen los abogados, son tozudos). Según parece, lo que El Heraldo traía en sus páginas no era sino un recuento de la historia de los últimos años de la politiquería, corrupción, coacción electoral, y demás lindezas, en Magdalena y en Santa Marta. Nada nuevo. Nada que usted y yo, amigo lector, no sepamos desde hace rato.

¿Acaso Santa Marta es alguna metrópoli en la que se puede esconder algo, sobre todo cuando los aludidos son tan brutos como para pelearse, descontrolados, histéricos (por ahí me contaron que las únicas que pueden ponerse histéricas son las damas, por lo del útero que ellas tienen, el cual deriva del latín hister), en la radio con quien tiene el valor de denunciarlos? Entonces, si los hechos son por todos conocidos, y lo que El Heraldo iba a hacer era apenas confirmarlos, con ese viso de legitimidad que tiene la palabra escrita, ¿cuál es el escándalo?, ¿por qué tanto alboroto de parte y parte?

Propongo una mediación. Pero para que esto tenga éxito tenemos que empezar por la asignación, a las partes, de determinados compromisos. Por un lado, y en vista de que lo hecho, hecho está, el periódico de la polémica debe comprometerse a dejar los chismes, y a ser serio con lo que dice: nada de acusaciones basadas en lo que se comenta por ahí, ni de investigaciones, ni de imputaciones que atenten contra el honor de las personas que humildemente se dedican a la noble y desinteresada actividad política en nuestro Departamento; a cambio, el diario emblema de Barranquilla podrá circular libremente en Santa Marta, y hasta ser leído, por los ciudadanos samarios, sin perjuicio de que, de vez en cuando, puedan emitirse, por parte de los ofendidos, dos que tres observaciones, muy respetuosas, acerca del uso que se hiciere de sus nombres. Nada más. A ver qué dice McCausland.

En cuanto a los políticos nombrados en la edición de la polémica, en su calidad de víctimas (como dirían ellos, al fin y al cabo a El Heraldo se le compraron -óigase bien: compraron, con plata- los periódicos, así que, ¿cuál es el problema?) deben comprometerse a muy poco: seguir con su laudable tarea, ¡oh, señores patriotas!, que nos da ánimos a todos para seguir adelante, en la construcción de esta patria uribista que ustedes quieren legarnos… amén.

Y respecto de su derecho a la rectificación, propongo que tal cosa no la haga El Heraldo, no, no, no…, sino, en su lugar, toda la comunidad magdalenense y samaria, que es la real victimaria en todo este asunto, respecto de las indefensas monjitas que son las nombradas por el periódico barranquillero: las pobres víctimas, de las que nadie, nunca, ha conocido lo que hacen y lo que pretenden seguir haciendo.



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