Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Con el título, me refiero a la dolorosa enfermedad mental por la que una persona, entre otras manifestaciones, está convencida de oír múltiples voces en su interior, tal que portara dentro de sí a varios seres a la vez, y no solo a uno, su propia identidad. Ello debe de ser un verdadero infierno que ojalá no padeciera nadie…
A la consternación producida por el carro bomba a la Escuela de Cadetes de Policía “General Francisco de Paula Santander”, durante la semana pasada, en el sur de Bogotá, le ha seguido lo previsible en un país que suele dejarse llevar por sus emociones hasta el extremo. Y lo previsible es, ni más ni menos, lo peor.
Así lo hacen constar las imágenes de video captadas el día de la última marcha por la paz, el domingo 20, cuando energúmenos sin número agredieron verbal y físicamente a un joven que vestía una camiseta mediante la que expresaba su parecer acerca de la causa inmediata de esta guerra recrudecida. Ese protestante fue, por otros protestantes por la paz (algunos tan viejos que podrían ser, no sus padres, sino sus abuelos), pegado, vejado y hasta amenazado de muerte. Tales lo hicieron sin considerar que había miembros de la Policía Nacional presentes alrededor del lugar de los hechos. Todo está grabado.
Muy a pesar de que, tal vez, el muchacho hecho letrero estaba en plan provocador (como casi todos los días hay gente provocando en las calles a todo aquel que se deje, lo que no implica que haya que golpearlos por eso), no es menos cierto que él –como los demás de la caminata- tenía derecho a reclamar por lo que pasa de la manera que mejor lo entiende. ¿Quiénes son los que lo atacaron para decirle qué debe pensar u opinar? Nadie, en absoluto, pero adivinaré. Por lo que vi, se trata de seres cuya irracionalidad está fundada en un profundo sentimiento de frustración personal, en la rabia vieja que llevar una existencia insignificante produce, en una condición espiritual propicia para cualquier violencia (contra las mujeres, el medio ambiente, los homosexuales, los de piel distinta…, contra otros hombres, o contra sí mismos, da igual).
Esa es una parte de la Colombia profunda: sociedad de arraigados desequilibrios emocionales y mentales. O, como alguna vez lo dijo con lucidez el expresidente uruguayo José Mujica: un país esquizofrénico. El exguerrillero tupamaro, el preso, el torturado, señalándole a Colombia su locura. Porque aquí todos estamos locos si, más allá de la legítima acción estatal contra el ELN, y otros violentos, volvemos a las andadas de revalidar al fanatismo como manera de coexistencia permanente. Ya esto es conocido, ¿se necesita más? Que actúe el Estado en la coacción que le corresponda, sí, pero que, de todas formas, haga algo más por la paz de los colombianos.