Las certezas de la encrucijada

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hasta ahora, no hay sorpresas mayúsculas.

La discusión electoral sigue estando centrada en las propuestas y las personalidades de los dos candidatos con más opciones de llegar a Nariño (no Nari, ni el departamento con ese nombre, sino la Casa) desde el principio: Duque y Petro. Así, el 11 de marzo pasado Iván Duque picó en punta en el imaginario colectivo de las encuestas, hecho que no parece inquietar al experimentado Gustavo Petro (todavía hay tiempo, faltan muchos debates, se le oiría susurrar astuta y pacientemente, como quien silba discreto el crescendo de una partitura que tiene bien memorizada). ¿Aceptó Petro allanarse a lo obvio?: el problema fundamental que se relaciona con ganar unas elecciones tiene mucho que ver con eso de la aparición, con la imagen.

Duque, por su parte, no deja nada al azar: es el estudiante aplicado que se desvive por complacer a su maestro, que quiere ser como él, caminar como él, vestirse como él, ser él, sencillamente, pues es claro que son tantas las ganas de ganar la Presidencia de la República, así le digan marioneta de Uribe, que poco le importan las críticas hacia su persona. ¿Firmeza o desvergüenza? Escoja usted. Yo, por mi parte, digo que no, Duque no es como los jóvenes –pero ya hombrecitos- Emmanuel Macron, Sebastian Kurz y Carlos Alvarado, o como nadie que represente nada valioso para ser presidente, ni siquiera porque recite bien el guion que le escribieron en el Centro Democrático.

También es cierto que ahí no más viene el tercero, del que a veces decían que sería Sergio Fajardo. Pero no, no es Fajardo sino Vargas Lleras. Ahora bien, creo que, por más que este crezca (y no crece mucho), no tendrá la fuerza para poder bajar a alguno de los primeros y entonces pasar a segunda vuelta, caso en el cual, ahí sí, sería un candidato de cuidado, un serio aspirante a ganar este asunto, sea cual fuere el rival en ese escenario final, ya Petro, ya Duque. Es por eso mismo que el rompecabezas de tendencias -y de suposiciones- entre el electorado solo tiene una vigencia fotográfica por definición: tendrá que rearmarse fatalmente cuando pase la elección del próximo 27 de mayo, en la que es casi seguro que nadie obtendrá más de la mitad de los votos válidos.

Los debates de los candidatos han develado lo que disimula la publicidad política pagada, ridiculizan los memes de Facebook o disfrazan los noticieros y periódicos: la incompetencia de unos, la incongruencia de otros; la agresividad de estos, la debilidad de aquellos. Deberían verse esos careos en vivo (que ojalá sean como el de Barranquilla y no como el de Medellín) y sacarse conclusiones personales. Esto no lo puede hacer nadie sustituyendo a otro, le corresponde a cada ciudadano asumir sus responsabilidades con la democracia (y consigo mismo). Es el futuro lo que está en juego.

Sin embargo, opino que ha quedado en limpio hasta la fecha una verdad tan amarga como una traición: el presidente de la República de Colombia no puede ser alguien que no tenga independencia de pensamiento, es decir, alguien sin criterio, manipulable o cumplidor de órdenes de una voluntad que él, obsecuente, considere algo así como omnímoda, por encima de los intereses nacionales.



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