Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
El fútbol de los italianos es escuela: desde los inicios de la práctica global de este deporte los antiguos romanos se han destacado por la capacidad de imprimirle una característica esencial sin la que, justamente, sería imposible hablar de calidad: la fuerza y el coraje mezcladas con precisión y efectividad.
A eso nos tenía habituados Italia, a su sangre fría para manejar situaciones difíciles, a su ADN ganador que siempre impulsó a los azules hacia adelante, nunca hacia la derrota. No se ganan cosas lamentándose ni buscando excusas. Italia se hizo experta en lograr la victoria desde la evitación de la derrota, desde el aseguramiento de las condiciones iniciales para poder transformarlas a través de la previsible precipitación de circunstancias más favorables.
Especulación, astucia, espera estratégica, cálculo y medición de las debilidades ajenas: todo un catálogo de prácticas de la inteligencia que no siempre recibieron el aplauso de sus rivales: se asimiló a trampa, no pocas veces, la capacidad italiana de sobreponerse a sus propias limitaciones mediante la explotación de los errores ajenos. Algo injusto, por lo demás: cada cual se mueve entre las dificultades de la manera en que mejor las entiende y las puede enfrentar.
No hay trampa en la preparación. Sin embargo, sí puede ser cierto que Italia abusó de esto. Lo que pasó con Suecia es una muestra de que, incluso, los más viejos italianos (el técnico eliminado, Ventura, tiene casi setenta años) nunca dejaron de creer que valía la pena asumir ciertos riesgos inmediatos con tal de no tener que enfrentar los mediatos. En otras palabras: la mayoría de los italianos jamás ha dejado de ver el fútbol como algo en lo que vale la pena defenderse y esperar (teniendo con qué ir arriba) si ello representa un resguardo de fuerzas que permita atacar en el momento justo, después, cuando el rival esté cansado, desconcertado por no poder anotar, desesperado por la irritante paciencia azzurra.
La misma lógica se aplicó a la forma de enfrentar los campeonatos y eliminatorias: ¿para qué desgastarse en todos los partidos si, ciertamente, lo importante sería ganar los partidos necesarios? Y, si para esto había que enfrentar cierta dosis de drama, pues qué remedio: tal vez hasta entretenido resulte. Caminar en la cuerda floja permanentemente, es verdad, no puede ser una vía de estabilidad. O tal vez sí, si ello se sabe manejar adecuadamente, si se tiene el control emocional y mental suficiente. Hasta el lunes los italianos lo tuvieron. Ahora, desde que los mundiales de fútbol son televisados, será la primera vez que falte el drama itálico, el que siempre inspiró a los equipos más pequeños, y los hizo pensar que no importaba empezar mal, o ya jugar mal, siempre que se tuviera alma y corazón para enderezar el camino, por más difícil que fuera. Desde el lunes, entonces, existen los imposibles, amigos del fútbol.