Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
El otro día escuchaba a unos comentaristas radiales decir, con toda naturalidad, una cosa que parece para muchos en este país de resignados una simple obviedad. Decían que los más de dos millones de votos del Partido de La U (medidos no sé cómo) serán endosables a cualquier candidato presidencial “que apoye la paz”, habida cuenta de que no irán los de ese partido con candidato propio al festín politiquero del próximo año. ¿Qué significa esto, señores: acaso que los dos millones y pico de electores matriculados en ese partidazo son no más que arcilla moldeable por una mano habilidosa de titiritero?: ¿se trata, entonces, de gente -esos dos millones- que no piensa por sí misma y que no puede elegir por su cuenta, y a la que otro, el director de su colectividad, les tiene que decir qué hacer? ¿Es así la política en Colombia, en serio?
Por los mismos días leía en una entrevista a Mario Vargas Llosa que el peruano resumía la crisis de la democracia en el mundo a partir de un reduccionismo peligroso: el populismo. Está bien, cómo no estar de acuerdo con esa afirmación, muy obvia, por lo demás: el problema no es -ni será- que la gente elija como le dé la gana a sus gobernantes: el problema es que lo haga movida por las razones incorrectas. Ahora bien, dentro del razonamiento del Nobel incaico, ¿qué es lo correcto, es decir, qué no es populismo? Fácil: lo contrario a populismo -y en eso hay consenso- es la elección racional, hecha con la cabeza, pensando en el futuro con responsabilidad y sin dejarse llevar por la premura de las emociones, del colorido de un candidato, o de promesas vacías infladas de furia, por ejemplo.
Yuxtapuse eso de los dos millones de votos endosables -o canjeables, como los vales de revista- con la idea correctísima de Vargas Llosa del populismo como vicio fundamental de la democracia, y llegué a la siguiente anti-conclusión. Si es posible decirles a unas masas giganteas de personas “voten por este, o voten por este otro” sin que ello implique castigo de parte la sociedad en la que todos, partido y partidarios, conviven, es porque en esa sociedad, en este caso Colombia, la democracia no existe tampoco, puesto que el gobierno que se elija así no será el designado por el pueblo, sino el que los cacicazgos de los partidos políticos impongan a dedo. La democracia no será “El gobierno del pueblo”, como su etimología griega lo indica, sino simplemente el gobierno de unos cuantos que tienen el increíble poder de determinar la voluntad de millones: los políticos. Aquí, la democracia sería, entonces, el gobierno de los políticos, con las consecuencias de rigor.
Pero eso ya lo intuíamos, ¿no es cierto? El punto es que la idea de Vargas Llosa, idea simplona, no me dejaba pasar la página. Si en Colombia el populismo estándar que mata a la democracia no existe, como en otros países, ¿quiere decir eso que, en cambio, el frío traspaso de dos millones de almas a favor de uno u otro candidato presidencial sí es algo válido dentro del juego democrático nacional? ¿Así se ha decidido en nuestro contrato social de realidad que funcionen las cosas?: ¿pretendo, ingenuamente, cambiar algo que no se puede cambiar porque, sencillamente, eso tiene que ser cómo es? O no: ¿o patear como a un rebaño, de aquí para allá, a un grupo tan grande de gente es, en efecto, una modalidad de populismo (y no simplemente de clientelismo y de trasteo electoral convalidado por sus víctimas descerebradas) a la que los colombianos estamos ya tan habituados que ni siquiera nos molestamos en cuestionar? Usted elija…, pero hágalo solo.