Ciento cincuenta años para pensar

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM

Estuve viendo la película para televisión que hicieron sobre la vida y obra de Bernard Madoff, el influyente banquero de inversión neoyorquino que tuvo el eventual honor de ser el primero en llevar a su máximo nivel, más o menos desde 1992 y hasta 2008, el esquema Ponzi, estafa nombrada así a propósito del criminal italiano que la ideara; pero que en español colombiano no es más que el famoso fraude de “la pirámide”, nombre de precisa descripción. No sobra agregar que fue en ese año 2008 cuando, también, pero en Colombia, se conoció lo que venía ocurriendo con la captadora ilegal de dinero denominada DMG. ¿Coincidencia? Ahora que lo pienso, no lo creo.


(La intervención estatal a DMG ocurrió en noviembre de 2008, y a Madoff lo detuvo el FBI en el diciembre siguiente. En política no hay casualidades. Lo que quiero decir es que es posible que el gobierno de Uribe no se hubiera atrevido a meterse con esos voticos, los de los feligreses de DMG, sino apenas cuando tuvo información privilegiada acerca de lo que iba a pasar con Madoff en los Estados Unidos. Pero ese es tema de otra columna, y, por lo demás, lo mío es pura especulación).

La película (The wizard of lies), con los destacados De Niro y Pfeiffer, no es corta en la muestra de las lógicas aplicadas en el mundo de poder y riqueza de Nueva York, verdadera capital de la diplomacia del dólar. Se ilustra al espectador, además, acerca de la astucia, inteligencia, fuerza de trabajo y ambición de los judíos americanos que son millonarios, indudables captores del Estado gringo, algo que en ese país no es ningún misterio. Sin embargo, el mérito de este filme es otro, uno muy preciso: logra desagregar los elementos históricos y psicológicos de lo sucedido en clave de la demostración de una tesis concreta: el esquema Ponzi ya era conocido desde hacía décadas en los Estados Unidos, pero Madoff logró reinventarlo; y lo consiguió al más puro estilo yanqui de hacer las cosas: a lo grande. A lo gigante, podría decirse.

Más de cincuenta billones de dólares no se captan sin bases reales así no más. Hace falta generar mucha confianza en los inversores, que no eran personas ignorantes ni ingenuas, que sabían de codicia en su mayoría, y que conocían al Madoff público de toda la vida, pues este empezó su negocio propio a la edad de veintidós años, en 1960, contra todo pronóstico. Hace falta, para materializar algo así, saber de política y de tecnicismos financieros por igual, es decir, lograr agenciarse una posición personal en los adecuados grupos de presión que permita determinar lo suficiente el marco legal de las inversiones, y así, ser una autoridad en ello, como lo era Bernie.

Si a tal capacidad mental y profesional se le suma cierto resentimiento social con los originalmente ricos, a más de impedimento para sentir siquiera un pepino por los otros, se tiene a un hombre que es apto para guardar secretos consigo mismo por muchos años; un hombre con la voluntad de falsificar todo, absolutamente todo lo que haga falta, para sumar víctimas, y así tapar y tapar huecos insalvables que al final se develarán. Pero lo más importante es que, a partir de todas estas circunstancias personales, surgirá un individuo cuya brillantez no es menor debido a la opacidad de su móvil: alguien que intuyó que el problema no era delinquir, sino hacerlo a pequeña escala; pues creyó predecir que cuanto más grande fuera su mentira, más difícil sería hacerla evidente.