¿También caerá?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Tan desesperados están los hogares venezolanos para que salen masivamente a la calle para protestar a riesgo de morir baleados; tan desesperados están en Miraflores que responden con el ejército, la policía antimotines y los colectivos armados afectos al régimen para contener la indignación popular que busca salidas adecuadas a la profunda crisis que vive Venezuela. Confluyen muchos problemas complejos y la solución dialogada parece haberse extraviado en la bruma de la polarización. En el corto plazo se vislumbra una guerra civil asimétrica sin descartar intervenciones extranjeras, y nadie puede asegurar la permanencia de Maduro en cabeza del gobierno, atornillado por el escalamiento de la represión armada, y cada vez más un sátrapa aferrado a un poder que le quedó demasiado grande.


Los populistas no surgen por generación espontánea. Siempre existe un ambiente de crisis social profunda que impulsa su ascenso por la vía de las urnas. Demagogia pura en acción, en países tercermundistas y en los llamados “civilizados”, hay innegable proclividad al caudillismo. Hitler, epítome del populismo demagógico y suicida, asciende al poder en medio de la mayor depresión económica alemana del siglo pasado. Recientemente, el mundo anglosajón confirmó que también cae en el populismo; el Brexit en UK y la elección de Trump en USA son contundentes muestras.

Actualmente, el populismo muestra sus dientes afilados en Europa: la tradicional xenofobia, la actual crisis económica orbital que impacta al Viejo Continente, los inmigrantes de naciones tercermundistas –culpados de la pérdida de puestos de trabajo y todos los males-, el terrorismo y otros factores abren espacio a delirantes políticos que encuentran el camino despejado para acceder al poder. Si Marine Le Pen gana las elecciones en Francia, puede haber consecuencias catastróficas para Europa y el planeta entero. Y puede motivar a otros populistas europeos de cualquier tendencia a seguir destrozando la democracia en el mundo con su manoseada ficción de proteger a la gente de peligros, a veces reales, muchas veces inexistentes, pero casi nunca solucionables con sus decisiones, y que al final conducen a catástrofes sociales profundas y duraderas. Ejemplos abundan a través de la historia y en cualquier lugar de la geografía orbital.

Latinoamérica sí que ha sido pródiga en populistas –de izquierda y de derecha-, surgidos como respuesta a gobiernos de camarillas, insensibles y, casi siempre, represivos. La primera mitad del siglo pasado fue explosiva: Venezuela, Perú, Costa Rica, Brasil o Argentina vieron sus sillones de mando ocupados por nefastos gobernantes, sustituidos después por una plaga igual o peor: los dictadores, para continuar más tarde hacia la izquierda latinoamericana, hoy combatida por populistas de derecha, igual de desafortunados. Todo un círculo vicioso.

Latinoamérica es fértil terreno en donde la semilla del populismo crece gracias al abono de la ignorancia política, la falta de educación y el desespero de la mayoría excluida. Hoy, el neopopulismo es tendencia en el que aparecen por igual carismáticos políticos de cualquier especie, casi idénticos, como Álvaro Uribe en Colombia o Hugo Chávez en Venezuela. El fiasco de la izquierda latinoamericana viene luego del fracaso de los gobiernos derechistas y las dictaduras. En general, ninguna forma de gobierno latinoamericana se ha caracterizado por la filantropía y el bienestar general. El dictamen de la historia es implacable. Los actuales neopopulistas de izquierda y de derecha se culpan mutuamente de su fracaso; las soluciones no se vislumbran y las gentes pierden las esperanzas. El caos de Venezuela es ejemplo patético.

En Colombia, el proceso de paz con las Farc desactivó una de las muchas bombas de tiempo; un grupo violento menos en el país. Quedan el Eln, los paramilitares, bandas emergentes, delincuencia organizada, etc. Pero el asunto es de fondo: mientras la política se ejercite como ahora, no hay salida posible. ¿Cómo elegir gente honesta, capaz y comprometida, y cómo apartar a los corruptos o a los populistas? Desde luego, la educación del siglo XXI es la respuesta, pero no existe el interés de los gobernantes por una educación eficaz. La ignorancia y la desesperanza de la gente produce muchos más réditos que las políticas de estado, planes de largo plazo y acciones de gobierno incluyentes, tolerantes, respetuosas de los derechos y orientadas al bienestar general. Para sus egoístas intereses, es mejor mantener el statu quo, tan rentable políticamente.