Presidente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



No creo que, como dicen ahora, Donald Trump esté loco. Ni que sea incapaz de gobernar a los Estados Unidos. Ni siquiera creo, sinceramente, que no sepa lo que hace, o aun que actúe por capricho. Pero he pensado que tal vez, por allá adentro, en su fuero más interno, el magnate no está del todo cómodo (Nixon decía que el poder hay que disfrutarlo). Estaba, sí, a sus anchas en las elecciones. Durante más de dos años hizo lo que mejor sabe hacer: desafiar sin inmutarse, vocear lo que otros no se atrevían a los cuatro vientos, ser, afirmarse, existir a través de la confrontación, que es la manera menos solitaria de ejecutarlo. Hoy, en cambio, Trump se aburre. Hoy, que tiene que leer un millón de informes, y escuchar a tropeles de gente que requiere de instrucciones, precisas, detalladas; hoy, que ya no hay más contienda como método, sino apenas como complemento de las acciones que hay que tomar, el día a día es aburrido, de encierro en un óvalo de cristal, sin poder ir allí a donde no se puede ir, tal vez con una amante, tal vez con los amigos.


Porque, así como dicen que “se hace campaña en poesía y se gobierna en prosa”, no es menos cierto que la vida política, esa de la destrucción ajena y la construcción propia, es más excitante que la jurídica, aquella de las reglas que otros han establecido y ante las que se ha jurado obediencia. En esto no hay ninguna inestabilidad, como dicen de Trump. Hay instinto de cazador, que es lo que caracteriza a los hombres de acción. Y en ello no hay diferencias ideológicas: solo circunstancias. Si Trump hubiera nacido en América Latina, y pobre, habría sido tal vez una especie de Chávez. Y ahora creo, sinceramente, que viceversa.

Dicen que el presidente de los Estados Unidos de América (que así se llama ese país) se la pasa viendo televisión: los noticieros, supongo. Es notorio que también pervive con el celular en la mano, dándole al Twitter, y poniendo a sus adláteres a correr para desembarrar las imprecisiones del jefe. Dicen, también, que está muy solo en la Casa Blanca, sobre todo en las noches, y eso me ha hecho pensar en la intensa frase de García Márquez para definir estos casos: “La soledad del poder”. Si algo le faltaba al bueno de Donald, también está claro para todo el mundo que su esposa-trofeo se la está poniendo difícil: de frente se niega a vivir con él, y él, parece no saber qué hacer para disciplinarla en público. La motivación dineraria no es infinita para ninguna persona.

Se ha dicho que Trump es inestable, porque responde a los retos, no se calla, y está dispuesto a picar pleitos con quien sea. Lo he pensado y no lo veo así. Los negocios han debido de enseñarle a Trump que hay batallas que se ganan peleando y otras en las que ni siquiera hay que personarse para ganarlas. Evidentemente, se trata de un hombre egocéntrico, pero no más que cualquiera de sus predecesores. ¿Son los políticos mejores para el pueblo que los empresarios? No lo creo. Trump está aburrido y parece que su plan es divertirse a costa de los vaivenes que enfrenta: no es Teddy Roosevelt, ni Wilson, ni Reagan: no quiere que todos lo quieran, sino apenas agradar a sus votantes, que son como él, que son él mismo, y él lo sabe; tal vez es por eso que ha cumplido, al pie de la letra, lo que prometió en campaña. No les quepa la menor duda de que seguirá haciéndolo.