Corrupción

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En eso de ser político corrupto hay que tener muy claro algo: si no se sabe mentir, entonces se está en abierta desventaja frente a los demás competidores por el botín público y, por tanto, hay que aprender a hacerlo si se quiere sobrevivir ante los voraces que te destruirán si no los destruyes antes, doctor.
Sin embargo, la mayoría de los metidos a salvadores de la patria no tienen ese problema: ya nacieron con la información genética necesaria bien integrada en las venas; desde pequeños sienten como si lo hubieran hecho toda la vida, mentir y repetir, como si ser corruptos fuera un destino ineluctable y para nada luctuoso.

 (Por lo demás, yo creo que hay que tener coraje para vivir en la mentira: no se puede ser político y ladrón –al menos en Colombia- si no se tiene claro que para que la falsedad sea cierta ante otros, tiene que serlo primero en la propia conciencia, más allá del costo personal que esto conlleve. Eso es coraje, o al menos una extraña deformación suya. Concedamos eso).

 Escucho los programas radiales de la mañana, en los que se hacen entrevistas elaboradas por la respectiva emisora, y en los que normalmente se cuenta con el apoyo investigativo de un periodista local que hace las veces de introductor de la noticia ante el país, cuando de un asunto regional, que casi siempre involucra actos de corrupción con lo público, se trata. 

El entrevistador principal, desde luego, suele estar blindado de objetividad desde su cabina en la capital de la República. Tal vez él (o ella) se ha enterado el día anterior de la eventual olla podrida que mantiene tapada el personaje con el que va a conversar, y por eso, y por los años que todos estos comunicadores de alto vuelo llevan en el oficio, la sesión informativa no deja de tener un tono de tenue interrogatorio judicial. Hace unos años, lo reconozco, estas actitudes de sabelotodo capitalino tendían a molestarme. Hasta por aquí lo dije alguna vez.

Pero la experiencia me ha demostrado que no hay otra forma de lidiar con esta realidad; y, por otro lado, he visto que si no fuera por el periodismo inteligente (en este país, en el que matan periodistas un día sí y otro no), Colombia sería todavía menos de lo que es.

Si a esos casi siempre bandidos que suelen interrogar al aire les pasa algo, alguna vez, es sencillamente porque ha habido periodistas valientes y bien documentados que se han atrevido a ir allí a donde los órganos de control jurisdiccional no han ido, ya por cooptación, ya por miedo. 

No debe de ser fácil enfrentar a unos expertos en la mentira: en decirla, sostenerla, soportarla, volverla un arma de victimismo, usarla para contraatacar, y hacer de las indagaciones en su contra la excusa perfecta para martirizarse ante un pueblo fértil para esas cosas, que convive con la corrupción de manera natural, sin inmutarse, y que ve más delito en los reclamos de la gente porque un hospital público no funciona que en la conducta delictiva del que se robó la plata para propiciar esa disfuncionalidad. 

La corrupción, que es la causante directa de la guerra; y los corruptos, ya sean políticos o servidores públicos; tienen que ser combatidos con más información y más opinión.