Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
Hace 30 años, moría asesinado por las balas del cartel de Medellín un verdadero faro moral de Colombia, Guillermo Cano Isaza. Periodista, con mayúsculas. Don Guillermo creía en su profesión y en todo lo que ella significa.
Casos recientes protagonizados por algunos periodistas y medios de comunicación indican que don Guillermo murió ilusionado con una Colombia en donde la prensa pudiera ejercer su oficio con dignidad, independencia y objetividad, sin ver ni sufrir la decadencia actual. Hoy, la dictadura del poder monetario y político ha arrinconado a la prensa, amedrantada por la dialéctica del metal: plata o plomo. Basta mirar quienes son los propietarios grandes medios y, por otro lado, la violencia ejercida contra el periodismo independiente, con numerosos mártires. Mire usted el manejo que se le dio a la noticia del horrendo crimen de la niña Yuliana Samboní –ocultando inicialmente el nombre del homicida violador- o a la reseña del doloroso accidente aéreo del equipo de fútbol Chapecoense. Ni hablar del ridículo mundial protagonizado por una bisoña periodista de RCN cuando le inquirió al presidente Santos por su opinión acerca de la presunta compra del Premio Nobel. ¡Válgame Dios! Naturalmente, debió estar de mandadera de los directivos del canal, hoy enemistado con el gobierno.
Esto lo reafirma Juan Gossain, en una entrevista reciente realizada por Paulo Laserna: “En general, los medios están actuando más como empresas que como medios de comunicación”. Naturalmente, los medios y los periodistas tienen todo el derecho a tener postura política, pero no en función destructiva y, menos aún, utilizando la falsedad. El deber-ser del periodista es informar de manera veraz, objetiva e imparcial: no debería tener carné político. Y es derecho del ciudadano obtener una información con los mismos atributos. Pero la desviación deliberada del punto focal se aprecia en muchos noticieros televisivos, convertidos en fastidiosos publirreportajes, boletines policiales, magazines de farándula, revistas deportivas y bocinas de mentiras, falacias y soterrados intereses. Lo sustancial, escondido entre la basura; lo relevante, manejado a conveniencia de los dueños. El análisis racional y el cuestionamiento objetivo casi han desaparecido. Pocos periodistas serios manejan las noticias debidamente, casi nunca desde los grandes medios.
¿A quién pertenecen esos grandes medios en Colombia? El grupo editorial El Tiempo es de Luis Carlos Sarmiento Angulo, con unas 25 propuestas periodísticas diferentes; el fuerte de Carlos Ardilla Lulle es la radio y sus grandes audiencias, controlando también RCN Televisión y NTN, mientras que el Grupo Santodomingo está enfocado en el control de la opinión, con pocos pero muy influyentes medios: Caracol, El Espectador, bluradio y otros. Los españoles Prisa y Planeta participan de ese ponqué en El Tiempo y Caracol Radio, con La W Radio. Los portales digitales más visitados son propiedad de estos magnates, con excepción de unos pocos, independientes, de público mejor estructurado pero ahogados en dificultades financieras. Entonces, ¿podemos confiar en los grandes medios, podemos creerles? No es gratuito ni altruista ese dominio de los “mass-media”. La opción de influenciar mediante el cuarto poder es llamativa y altamente rentable. Bueno, peor sucede en Venezuela y Ecuador, donde los gobiernos aplastaron a los medios independientes, para obtener el total control de las noticias y comunicaciones.
Apostilla 1: Murió el viejo Mike Schmulson. Las deliciosas tertulias deportivas y culturales continuarán donde quiera que se encuentre.
Apostilla 2: La voz de la semana: Marcela Mangabeira, cantante brasilera de bossa nova. Todo un descubrimiento.