No es lo mismo ser borracho que cantinero

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La frase, como de costumbre, no es mía. Se la robé al billonario Carlos Slim, declarado contrario de Donald Trump (al menos hasta que el segundo asuma el poder y entonces los dos se amisten, pues la plata todo lo puede, ¿no?).
El mexicano la utilizó para burlarse un poco desafiante del triunfo del gringo cuando este ganó la presidencia, en noviembre pasado. Quiso decir con ello que es más fácil ser candidato, y prometer hasta lo imposible para ganar estando en ese rol, que tener ya en la práctica sobre los hombros el poder de decidir por todos, amigos y enemigos: no ha de ser tan simple ni placentero como se ve. Tiene lógica lo de Slim, que, con ello, tal vez intentaba animar un poco a sus humillados compatriotas, por eso del muro que les quieren imponer los yanquis, como si fueran ellos, los mexicanos (y por extensión, los latinoamericanos), una especie de peste.

Traigo esto a colación por cuanto he estado pensando en ese hábito de tratar a los demás, particularmente a los que no son de una u otra forma redituables para el sujeto abstracto en cuestión, como si se tratara de cosas. Es una costumbre propia de quienes, entre muchos otros rasgos, son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Es, como dicen los que saben, algo que caracteriza necesariamente a los psicópatas. Pero esto no es nuevo: estamos rodeados de psicópatas todo el tiempo, es decir, de personas que no creen que sea importante reconocer las limitaciones humanas que los igualan incluso a los más comunes de los hombres: odian sentirse uno más. Lo que pasa es que a veces se evidencia su problema; por ejemplo, cuando ganan la presidencia del país más poderoso del mundo; o, cuando secuestran, violan y rompen el cuello de una niña de siete años. Y entonces, su problema se vuelve un asunto de los demás.

Leo en Semana, hoy domingo, que uno de los excompañeros colegiales de Rafael Uribe Noguera lo describe como el clásico matón escolar. Dice que, incluso, hace dos meses nada más, cuando sus antiguos condiscípulos y él celebraban dos décadas del grado de bachilleres, el presuntísimo violador y feminicida Noguera seguía atormentando a una de sus víctimas de infancia. Sí, veinte años después, ya grandecitos todos. Por otro lado, en la misma noche de la elección presidencial gringa, un hombre negro declaraba casi llorando ante los medios su preocupación por cómo le iría a explicar a su hijo que estaba mal ser un matón escolar, y que tales violentos personajes son unos perdedores: ¿cómo explicarle eso –implicaba- si un genuino matón acababa de ganar la presidencia del país? Ciertamente, todo un contrasentido, de esos con que la vida se divierte con nosotros.

La gran conclusión, si tengo alguna, es que estamos solos en esto. No hay explicación definitiva: se puede ser un matón que triunfe a lo grande, sin aparente castigo divino o de cualquier otra clase; o, se puede ser un matón al que pillen en medio de sus porquerías, por simple descuido, o acaso por un exquisito deseo interior e inconsciente de ser descubierto y castigado. (Ah, la vieja teoría aquella de que causar daño tapa el inconfesable deseo de sentirlo en carne propia). Así que, amigo lector, si es usted un matón encubierto, recuerde lo que la evidencia demuestra: tanto puede pasar que lo encuentren y reciba el peso de las consecuencias de sus actos, como que no y salirse con la suya.


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