Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
El lunes pasado nos estremecimos con lo sucedido el fin de semana precedente en Bogotá:
El sujeto, tal vez confeccionando una coartada –por sí mismo o a través de apoderado pre-judicial-, tal vez en medio de sus devaneos de drogadicto, ha debido de creer, ex post facto, que era buena idea hacerse el enfermo e irse a la clínica cardiovascular. Digo que no creo que sea cierto que estuviera de verdad enfermo, y que en realidad todo lo fingía; al tiempo que intuyo que, de haber sido así, no podía haber sido su corazón el que fallaba porque, como es previsible, no puede tener corazón, y mucho menos alma, tamaño mamarracho de hombre.
El elemento transversal al relato es la información permanente y relativa al consumo “excesivo” de cocaína que aparentemente desencadenó el hecho. Sin embargo, como una indeseada carambola, queda en el aire de los medios de comunicación la idea de que una persona no tiene la total obligación de ser consciente de los efectos que la droga en este caso, o el alcohol en otros, produce en la menguada capacidad de razonar de alguien que ya es basura humana de todos modos, pero que no por ello deja de tener obligaciones, porque, de hecho, nadie le ha quitado sus derechos de mierda (que en verdad no son sino prerrogativas): todo lo contrario: ha podido andarse por ahí, manejando drogado, secuestrando, matando inocentes. Me pregunto ahora si es la primera vez que lo hace, matar impunemente, me pregunto qué pasará con su proceso judicial.
Algunos dirán que estoy prejuzgando y que me dejo llevar por las informaciones de la prensa. Que, como abogado, tengo el deber profesional de esperar a que un juez determine si, en efecto, el individuo al que señalan las pruebas con absoluta claridad, ciertamente sí cometió la conducta. Y que no me puedo pronunciar sino apenas de forma hipotética, siguiendo las tendencias comunicativas de dominio público, sin responsabilizarlo directamente. Que no puedo decir el nombre propio de alguien que no ha sido vencido en juicio, pero que ha matado, lo ha hecho, en uso de sus exacerbadas libertades, a una pobre hijita de Colombia, hija de nadie: vamos todos, en defensa del Estado de derecho, a decirle eso al padre, a la madre, que está muriendo sola. Seamos legalistas.