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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Los recientes eventos de matoneo cibernético que se han publicitado acerca de la Universidad de Los Andes no solo demuestran que en todas partes se cuecen habas, como quieren minimizar el asunto algunos; sino que las acciones de abuso de unos individuos para con otros son tan cotidianos como atávicos en un país caracterizado desde siempre por la intolerancia y el descontrol emocional, como este.


Ahora, desde los episodios referidos, ve uno que, incluso, las profesoras medio amargadas (aunque con doctorado) son objeto de explícita burla por parte de unos despistados que creen que nada los puede tocar porque la cuenta de banco de papá está inflada; y, además, se hace aparente que las autoridades de la universidad más cara del país no tienen nada que hacer frente a situaciones que por escaso margen escapan de su control disciplinario.

Entre otras cosas, pero tal vez la más importante de ellas, se encuentra con lucidez la desmitificación de un centro de estudios que ha querido graduarse de lugar excluyente de pensamiento libre en el país, como si ello fuera una prerrogativa exclusiva suya basada en los pergaminos académicos de sus principales propagandistas, y como si el conocimiento (y no digamos ya la inteligencia verdadera, la útil) no tuviera que ver más con el pragmatismo (y la humildad) ante los problemas de una sociedad urgida de soluciones, que con la vanidad de unos cuantos doctores (que no son, pero que ojalá fueran siquiera “de la Santa Madre Iglesia”) y su insoportable manía onanista compartida: “Tú me elogias, yo te elogio; tú me criticas, yo te critico de vuelta, pero peor, con el odio que tengo reprimido por vivir comparándome con los demás: así no nos sentimos tan solos”.

Estas cosas pasan cuando la incapacidad de aceptar al otro se disfraza de superioridad intelectual. Si los vagos esos del grupo de Facebook, que andan ofendiendo a todo el que se les cruce, hacen eso, es precisamente porque sus víctimas de ahora han sido los victimarios de otros en el pasado. Si Sanín se queja ahora, con la virulencia y maledicencia que le son tan propias, es porque no ha sido muy respetuosa en el pasado con prácticamente nada que no sea ella misma: su feminismo recalcitrante, que es tan amargo como una mujer fría, no tolera a nada ni a nadie. He leído sus columnas: dejé de hacerlo. No es tan capaz como cree. Debería intentar no quejarse tanto, ella, o bien devolverse a Europa, donde la deben de extrañar muchísimo.

La impagable Universidad de los Andes, por su parte, debería también tomar recaudos y tratar de no ser más un centro de poder antes que centro de enseñanza, si quieren ser tomados en serio, más allá de ránquines que no son tan reales: a ver si alguna vez se atreven a, de verdad, educar a algún niñato de aquellos que desde ya se creen dueños del país (de las vidas de la gente, incluso), y que con discursetes baratos desde ya (¡desde ya!) quieren confundir a los que se dejen. Si bien el matoneo es consustancial al colombiano (lo único auténticamente colombiano, creo), al punto de que tanto víctimas como victimarios se confunden en la figura informe del matón, lo cierto es que toda esta situación existe, y ha existido desde siempre, porque la educación no es lo que a veces creímos que podía ser: no crea personas de la nada: el que no se construye a sí mismo, no es nadie.