Educación para la paz

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Bienvenido el acuerdo que calla definitivamente los fusiles entre declarados enemigos; cunde el júbilo en Colombia por el armisticio que saca la letal guadaña del conflicto colombiano, en el cual mutuamente se exterminan huestes ajenas a los intereses de los determinadores; enhorabuena por la esperanza de una nación reconciliada, apuntando a la aceptación del antípoda y la necesaria concordia.


Pero, ¿qué es realmente la paz? Coinciden todos, guerreros y civiles, insurgentes y soldados, izquierdistas y derechistas, en que la paz no es la ausencia de acciones militares, tampoco el exterminio del enemigo o la cadena perpetua para los disidentes, ni la devolución de agravios a “ojo por ojo”; esa es la llamada paz negativa, que presupone presencia de disuasivos aparatos policiales y militares. La paz positiva es un concepto holísitico, cibernético si se quiere, que surge de la aplicación juiciosa de las normas, la inclusión social de los desprotegidos con oportunidades universales de educación, empleo y desarrollo que conlleve a un desarrollo social simétrico.

Para ello, necesitamos que el dinero del erario -que es nuestro y no de los servidores públicos, que son nuestros empleados y no nuestros jefes-, que frecuentemente termina en las alforjas de los saqueadores profesionales escondido en cuentas bancarias de paradisíacas locaciones del extranjero, no se pierda en las marrullas de contratos, lobby profesional, “cometas, ceveyés” o cosas por el estilo, sino que llegue completamente y adecuadamente al destino señalado por el presupuesto general de la nación, a donde más se le requiere: educación, salud, infraestructura, desarrollo, investigación, emprendimiento, seguridad, etc. La paz pasa también por el desmonte del faraónico tren de lujos innecesarios que impúdicamente exhiben nuestros gobernantes, más parecidos a príncipes de fastuosos palacios monárquicos que a austeros funcionarios gubernamentales de un país tercermundista, mísero y aplastado por los modelos arcaicos y excluyentes. La corrupción es, sin dudas, el mayor enemigo de la ansiada paz.

Colombia entera, bisoña de una autocrítica social y estatal, necesita desmontar odios e intolerancias entre adversarios, sembrar perdón y reconciliación, ignorar las campañas falaces de sicofantes vendedores de infiernos inexistentes que, con el orgullo aplastado, buscan confundir a los ciudadanos. También, desarmar los espíritus de comunicadores sirvientes de la confrontación bélica, y los de poderosos personajes traficantes del miedo que, sintiéndose faros de la moralidad, están dispuestos a quemar en la pira a “la escoria que mancha al oro puro”. El pasado en presente, diría Abelardo Forero Benavides.

Es necesario poner en marcha urgente la educación para la paz que, según el Ministerio de Educación, es una invitación a la convivencia pacífica, a la tolerancia y a la aceptación del otro como válido interlocutor. Esa educación, derecho fundamental primordial, según Koichiro Matsuura, exdirector de la Unesco, debe estar acorde con estos tiempos; es necesaria para lograr tan elevados objetivos, y ha de llegar imperante a los más recónditos lugares de nuestra geografía, donde ahora el Estado debe hacer presencia válida y permanente. Los objetivos deben orientar a producir una sociedad contemporánea, educada y emprendedora, capaz de participar activamente en las propuestas gubernamentales de desarrollo y modernización, incapaz de sucumbir fácilmente a los vacuos llamados de guerras políticas y confrontaciones armadas, innecesarias y fratricidas.

En mis columnas “educación eficaz” llamé la atención acerca de la transformación educativa que actualmente se efectúa en las naciones más avanzadas e innovadoras. Modelos hay muchos, pero debemos enfocarnos en una educación contemporánea y acorde con nuestras necesidades. Más allá de superar el analfabetismo funcional, se requiere fomentar en los niños y jóvenes conocimientos y valores que generen competencias para llegar a la paz positiva mediante la armonía social, la justicia y la igualdad de oportunidades, eliminando la violencia estructural, según el concepto de Johan Galtung. Los conflictos son connaturales al ser humano y a las sociedades, pero se debe promover su solución civilizada. Para ello, hay que suscitar la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás, con el entorno, y el respeto por las normas de convivencia, llámense leyes o normas. Es fundamental inculcar en el alumnado el emprendimiento y la autogestión mediante valores positivos que conlleven a honestidad, tolerancia, respeto y aceptación de gentes diferentes con creencias distintas. Es, en resumen, cambiar el chip de paz negativa a paz positiva. En otras palabras, aprender a vivir en respeto y armonía.