Los nuevos Camisas Negras

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Durante estos días ha estado de moda invocar a Benito Mussolini. En los Estados Unidos comparan la imagen del Duce, algo bufonesca, es cierto, con la de un peligroso payaso llamado Donald Trump (digno representante de gran parte de su pueblo, insisto). En Colombia, mientras tanto, trazan paralelismos entre el hombre que, pintoresco y todo, era un líder efectivísimo, y Uribe, cuyos idiotas útiles ahora tendrán que ataviarse como los legendarios paramilitares de camicia nera para rechazar la paz, y así poder agradar a su jefe. En ninguno de los dos casos señalados, sin embargo, puede decirse que la aproximación sea correcta. Mussolini era, por mucho, un verdadero soldado de su causa: un hombre de pensamiento y de acción a la vez, que representó sobradamente el descontento de los viejos romanos en un momento clave de su historia.


Por más de dos décadas, Mussolini maleó a su antojo el carácter del italiano: tenía que ser atlético, trabajador, un gran padre de familia..., etc., en resumen, un hombre de verdad: de esos con que algunas mujeres sueñan todavía. Benito mismo lo era, a su manera, y por eso podía dar ejemplo: como cualquier costeño ejemplar, tenía múltiples amantes, pero siempre respetó religiosamente a su esposa, Rachele. Prueba de ello es el hecho de que una de sus queridas más importantes, Margherita, haya escrito en su momento cómo el Duce, hombre duro entre los duros, lloraba como un niño entre sus brazos porque la madre de sus hijos no lo comprendía. Quién no ha llorado por culpa de una mujer, después de todo. Mussolini también creía que el sexo “aclaraba la mente”, y que Hitler era “un viejo sentimental” que lo imitaba, a él, que era capaz de ir a Alemania y discursear en su lengua a las multitudes nazis de allí. Y sin haber ido a la universidad siquiera.

Su nombre, Benito, era el del mexicano Juárez, indio zapoteca. Había vivido bajo puentes en Suiza, cuando no tenía apenas qué comer. Había sido periodista líder cuando nadie creía que podía serlo. Había tumbado al rey de Italia. Quizás por todo ello se atrevía a juzgar a los italianos que servían a sus fines: decía en privado que el carácter ambicioso del alemán se asemejaba más a lo que él esperaba de sus hombres, quienes solo parecían pensar en comida, en música, y en féminas...Tal vez por eso fueron dominados por los primeros en las acciones estrictamente bélicas. De cualquier manera, tuvo el honor, pocas veces compartido, de ser asesinado con odio por sus propios compatriotas, como en una suerte de pago por guiarlos hacia un destino inconsulto.

A Trump no lo pueden comparar con ningún hombre valiente. Es solo un charlatán que sabe cómo despresurizar a una caterva de ignorantes. A Uribe no lo pueden comparar con ningún hombre de honor, pues a la hora de la verdad no es capaz de defender con hechos las mentiras que dice. Como sus seguidores. A Mussolini, quien cambió la historia, sería injusto ponerlo al lado de dizque émulos suyos de ningún valor agregado. Trump y Uribe tendrán que esperar en la fila de los que no existen: padecer la angustia de no existir en tanto aparentan desesperadamente hacerlo.