Vivimos en un mundo de tráficos ilícitos y de abusos, que lejos de aminorarse, se acrecientan. No pocas veces la realidad supera a la ficción. Esta indiferencia generalizada, ante este tipo de sucesos que nos dejan sin alma, hay que atajarla. Pongámonos manos a la obra, con el coraje preciso, para afrontar sus causas devastadoras. No puede seguir imperando, en un planeta globalizado, esta desprotección. Su magnitud requiere la adopción de medidas inmediatas.
No hay que ser un lince para saber que a un ser humano solo le puede salvar otro ser humano. No podemos traficar, y menos ilícitamente, con lo que es nuestra vida y la de todos. Por eso, considero una buena noticia, que la oficina regional para América Latina del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) organice una serie de eventos que tienen la intención de concienciar a la población sobre la necesidad de combatir el tráfico ilegal de vida silvestre. Son estos gestos, estas actividades, por cierto coincidentes con el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), las que cuando menos nos hacen pensar sobre nuestro futuro y el porvenir de nuestros descendientes. También nos llena de gozo que, en Brasil, una mesa redonda aborde el tema del tráfico ilegal y la demanda por productos derivados de la vida silvestre y cómo el consumidor en ese país juega un papel clave para detenerlo.
Sin duda, los moradores del planeta tienen que mostrar una mayor solidaridad entre sí para dar respuestas colectivas contundentes que frenen esta multitud de riesgos avivados por comercios ilícitos, que amenaza, además de las personas, los valores fundamentales de la sociedad y también la seguridad y la justicia internacionales, además de la economía, el tejido familiar y la vida social misma. A veces, sumamos tantas contrariedades en nuestro diario de vida, que no vamos a la raíz del problema, a nuestros verdaderos enemigos a los que hay que combatir con coherencia, no siguiendo otros intereses si no son los de la paz y del bien común. Por desgracia, cada día son más los seres humanos que están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. No miran con otros ojos, nada más que con los del egoísmo, con tal de endiosarse con el dios dinero, sin importarle trastocar valores con los que no se trafican.
Es hora, pues, que esta saturación de tráficos ilícitos se detenga. No podemos permanecer en una globalizada pasividad de la especie humana como tal. O aceptar esta esclavitud que nos deshumaniza como seres autónomos. Con tesón, hemos de globalizar el hermanamiento de culturas y razas, con espíritu de concordia, y con un semblante más comprometido con la autenticidad del bien social y de la bondad. Para empezar, lo primero que hay que hacer es sensibilizar y estimular a las conciencias de las medidas necesarias para combatir y erradicar esta cultura de servidumbre esclava que nos aborrega y nos deja sin corazón. Y, posteriormente, que a los traficantes ilícitos se les haga justicia, porque nos merecemos otro mundo más humano. Hagamos, en consecuencia, de tantas palabras sembradas en favor de la solidaridad y de la justicia, el espejo de nuestras acciones. ¡Sea así! ¡Así sea!