El estado de naturaleza

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Se habla en estos días pre-posconflictuales de ausencia del Estado. Repiten los que dicen que saben que en el país habrá un veinticinco por ciento, más o menos, de los mil ciento y pico de municipios, en los que sencillamente no hay Estado; y que allí las Farc y otros han venido a llenar el hueco resultante como si de verdaderos estadistas se tratara: impartiendo justicia entre un pueblo que ya sin conflicto es violento, decidiendo quién cultiva qué y por qué, y efectuando una extraña redistribución de la riqueza y de la pobreza basada en los apetitos del comandante del momento. No sería raro que ello sea tal cual, en realidad. Por lo demás, si uno se da una vuelta por la ruralidad colombiana puede encontrar un mismo modelo una y otra vez allí donde sí hay Estado: los dueños de la tierra, que son pocos, de un lado; y del otro, una especie de “siervos de la gleba” contemporáneos: gentes que más pobres no pueden ser porque ello no es posible. Nada de la mediana clase media que uno siquiera puede ver, aunque reducida, en las ciudades.

Bonita disyuntiva la de los colombianos del campo; en una orilla, la guerrilla, los paramilitares (sí, todavía hay de esos), y demás vividores determinando la vida de unas personas que desde tiempo ancestral están apegadas a la tierra como la vegetación que las rodea, que no conocen otra cosa, y que, por la falta de educación, ni entienden qué es un Estado y por qué quizás todo es diferente en otros lugares, cuestión esta que apenas intuyen. De otra parte, sí que hay Estado –como dicen los bocones que no tienen problemas con que todo siga igual-, a pesar de que, en la práctica, no haya justicia. Y Estado sin justicia, Estado con hambre, Estado con acumulación excesiva de unos pocos, no es Estado ni es nada. En ambos casos, entonces, lo que tenemos es justamente la idea contraria a aparato político, a Estado (de derecho, social y democrático de derecho, o como se le quiera apellidar en función de la preeminencia teórica de una u otra minucia jurídico-constitucional): el estado de naturaleza (aquel que decía Hobbes), o sea, la ley del más fuerte.

Definir el papel del Estado en el posconflicto es tanto como definir en qué consiste la paz. Así, para unos, la paz sería que la gente se olvidara de sus crímenes atroces (en especial la justicia penal internacional), y que, allí donde todavía ejercen una influencia que está maldita -porque se consiguió y se mantiene con las armas-, puedan hacer política como la harían unos angelitos. Que nadie moleste, entonces, a esos serafines, mientras estén haciendo su campaña, que consistiría en andar obligando a la gente de ese veinticinco por ciento donde no hay cosa pública efectiva (con la pistola ya no visible, pero presente) a votar en fila por un montón de ideas anacrónicas, fuera de contexto histórico, según las cuales la sociedad colombiana a lo que debe aspirar es a que le subsidien todo. Pero, para otros, todavía peores, la paz es que todo siga igual..., en voz baja, como un susurro, como hasta ahora: pues el Estado actual es la mejor cosa habida y por haber: que no haya nadie que reclame nada, y que la gente siga tonta: ¿víctimas?: ¿cuáles? Que entre el Diablo y escoja.