El músculo cerebral

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El otro día estuve en la Feria del Libro de Bogotá, evento que ya casi cumple treinta años de periodicidad desde que empezara a poner en el mapa de la cultura mundial a nuestro país. Pues a pesar de la crítica relativa a que es apenas una manifestación más de los apetitos comerciales del mundo editorial, lo hace.

Y aquí la paradoja: sin el interés empresarial, un evento de esos no solo no se haría, sino que hasta perdería su sentido. Me explico. Si bien es cierto que (como lo he dicho aquí muchas veces) los libros en Colombia son caros, muy caros, la gran verdad es que es el mercadeo del mundo editorial el que termina empujando a los pocos colombianos que leen, a leer. En clave de eso, ellos leen por moda, porque alguien les dijo, porque lo vieron en tal o cual parte: ellos leen para verse interesantes, o para lo que sea: a quién le importa. Leen y punto. Y el editor, que gane.

Aparte de la refutable convicción de que la lectura es solo promovida desde el negocio, lo otro que saco en limpio de esto es que aquel que lee está menos dispuesto a meterse en problemas, dado que ha descubierto la maravillosa sensación de la vida interior. No lo digo por mí, por supuesto, que me la paso lidiando con las rémoras de la vida externa de cierta gente, lo cual no me da tiempo para divagar, a menos que se trate, el asunto, de fútbol o de comida. El punto es que una vez se ha activado la poderosa capacidad del pensar trascendentalmente, a través de una lectura iluminadora, por ejemplo, es difícil volver atrás. Después de todo, nadie, nunca, quiere retroceder. Y después de todo, también, muchas cosas de la vida son pura repetición, por lo cual nadie que lo haya descubierto querría pasársela dando vueltas en redondo, cuando podría ganar tiempo, reducir el esfuerzo y tratar de ser más feliz mediante el buen uso del tiempo que el entendimiento de las cosas escritas lealmente por otro, leídas por uno mismo, proporciona.

El efecto más inmediato de la lectura muscular, de la que se hace con plena consciencia y esfuerzo repetitivo, es algo que he redescubierto en estos días. Hablo de una consecuencia de tipo espiritual que me resisto a considerar ajena a ningún ser humano: la concentración exquisita ante la exposición de un universo informativo propio; por decir algo, el contenido en una novela de las bien escritas respecto de una historia fundamental. Es el caso del libro que adquirí en la Feria, y que estaba en rebaja: La montaña mágica, de Thomas Mann. Obra de literatura dura y pura, me ha sumergido desde que lo abrí en una especie de letargo gustoso que, antes que atribuírselo a la defenestración que la edad trae consigo, es más una meditación organizada en palabras (porque el que escribe algo sublime ha debido de sentir el mismo estado del alma que transmite, claro), que lleva al lector a creer que lo que lee no solo sucedió en la vida real de los demás, sino que la vida propia ya no podrá desligarse de aquel escrito, simple prueba de que dentro de otros lugares, tiempos y personas han existido fuerzas, impulsos, géneros de fertilidad que impetuosamente desmienten la nada.