Enmienda

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En clave de que no se podrá cumplir con la fecha del 23 de marzo, que se había fijado en septiembre pasado como límite teórico para las negociaciones de Cuba, el presidente Santos parece buscar de manera oblicua la forma legítima de no tener que cumplir con un requisito de solemnidad respecto del que él mismo insistió desde un principio, como disculpándose por gestar la paz.

 

Me refiero al asunto del plebiscito, cuestión espinosa donde las haya.  Y, aunque desde estos párrafos he derramado tinta diciendo que el jefe de Estado obraba con debida convicción a propósito de la búsqueda de la aprobación directa del pueblo sobre los acuerdos con las Farc, los elementos factuales de hoy permiten pensar que no solo es válido dar un viraje, sino que es a todas luces necesario: un plebiscito no es determinante en materia democrática cuando el voto mayoritario del pueblo ha estado basado en una promesa por todos ampliamente conocida.

Cuando hace dos años Santos estaba en campaña de reelección, a nadie de a pie le quedaba duda de que, prácticamente, la única diferencia entre él y el candidato de Uribe era el sonsonete de la paz.

Santos se la jugó entonces, como antes se la había jugado haciéndose elegir – además, por primera vez en su vida- al más alto grado, arrogándose un programa que en realidad no le pertenecía a él ideológicamente (de alguna manera se las arregló para hacernos creer a todos que era el candidato uribista, y que el de Uribe no era tal: o sea, que Uribe no era Uribe), y superando todos los escollos.

De hecho, recuerdo que, hacia 2008, incluso después de la Operación Jaque, el nombre de Santos seguía siendo, o bien desconocido, o bien repulsivo para la mayoría de los colombianos. Sin duda, se trata de alguien acostumbrado a la adversidad, a pesar de todo.

Hace unas semanas, en el programa radial de la mañana del periodista Sánchez Cristo, el presidente respondió con firmeza ante la pregunta de lo que iba a pasar si fracasaban las negociaciones ya en el eventual escrutinio público de las urnas. Pasará que se acaba el proceso de paz, podríamos decir que dijo Santos.

Evidentemente, envió un doble mensaje: a las Farc, que han querido demostrar que pueden hacer lo que les da la gana, y que creen que como al gobierno “se le notan mucho las ganas”, tienen desde ya firmado un acuerdo ventajoso para ellas. Y, el otro, a los colombianos: este proceso de paz no es de Juan Manuel Santos, sino de las víctimas, del desarrollo que la guerra nos quitó, de los muertos que abonan esta tierra, y de la gente, que se queja, pero que, si no vota a favor, seguirá quejándose ad infinitum.

Para mí fue muy claro, y por eso le creo al primer mandatario: si se fracasa en las urnas, se acaba el proceso de paz, y volvemos a lo mismo, o a algo peor. Y a todo lo que ello implica. Por eso, cuando el fiscal Montealegre pide la inexequibilidad de la ley del plebiscito ante la Corte Constitucional (porque, argumenta, en caso de ganar el No se estaría neutralizando el poder de la Constitución, que obliga al gobierno de turno a buscar la paz), se lee entre líneas que se trata de un último recurso para recuperar la validez de ese mandato contundente dado por el pueblo, que hace menos de dos años por fin dijo que sí, que había que hacer la paz, y que para eso elegía a este presidente. Si hay que romper la palabra para que el bien mayor se logre, o para evitar el mal mayor, pues que se rompa.

Por Tulio Ramos Mancilla
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