Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
La semana pasada Santos espetó una de esas verdades a medias que es mejor no decir: que considera a las Farc, políticamente, muy mamertas, y que por eso no les vaticina mucho éxito en cuanto a política electoral. Verdad a medias, porque en el fondo es benévola con sus enemigos cordiales: Santos, en realidad, los considera políticos malos, y no simples terroristas, como alguien más podría definirlos.
En seguida, salieron todos los medios a darle realce al dicho presidencial, como provocando a la mamertada de dizque izquierda para que sacara todo su arsenal, rancio de décadas de hastío: lo mismo de siempre, las mismas cuatro verdades que en últimas no son sino ocultamientos de debilidades personales de sus liderazgos: “que pobrecitos nosotros”, “que somos las víctimas eternas de la vida”, “que mis padres no me querían…”. Y poco más que eso.
Mis amigos mamertos (algunos de los cuales no son ningunos proletarios) me van a matar, lo sé. Más allá de eso, que no importa mucho, debo decirlo: al país ya no le sirve esa posicioncita tan fastidiosa de unos portadores de la sabiduría universal del bien y de la bondad infinita que, repito, lo que suele esconder son intereses personales que, estratégicamente, manejan como inconfesables (vanidades básicas, y otras ya más monetarias). Ese mamerto de izquierda, de lloriqueo permanente al tiempo que de contraticos buenos; ese social-bacán (la única palabra inteligente, tal vez, que le he escuchado a Uribe), empero, no deja de ser un fanático: individuo, a la vez que avivato e ingenuo, altamente violento e intolerante. Bobos bravos, como una tesis psicológica definió a esos niños reprimidos o maltratados que, una vez crecieron, buscaron compensación en bravuconadas, estrictamente personales o abiertamente sociales.
Por supuesto que la base del mamertismo es el resentimiento. Sin embargo, el estar sentido con la creación no es exclusivo de “los que no se bañan y se fuman hasta las matas”. También, claro, hay mamertos de derecha. Y muchos, señor presidente: por ejemplo allí en los Andes, donde usted dijo lo que dijo. Abundan los de la clase acomodada dolidos con la existencia ajena, y que quisieran acabar con aquellos que una o varias veces les han recriminado su comodidad; de hecho, tal vez como una forma de borrar la extraña culpa que eso, pese a todo, les genera, se han convertido en facciosos. No lo sé. El hecho es que su odio de vuelta no los deja ver la instrumentalización de que son víctimas (otro tipo de víctimas de la vida): los mamertos de derecha son los que adoran a tipos como Uribe y a los que se hacen su eco. Los que no son mamertos son Uribe y los que están arriba de él -moviendo los hilos-: los reales millonarios, que indudablemente saben cómo funcionan la sociedad y la política, y que por eso son el famoso “uno por ciento”: porque no son idiotas.
El mamerto de derecha también es, desde luego, un personaje violento y resentido (y medio tonto: asume que la gente tiene que aguantárselos, y ya). En Youtube están los videos de una joven de muy buen ver, Gloria Álvarez, guatemalteca, que se ha inventado para vender unas rabiosas conferencias que son un sancocho de teorías y de opiniones contra las izquierdas que ilustra esto que digo. La gracia de Glorita no logra esconder su neonazismo. El mamerto de derecha no es, pues, la derecha, como lo insinuara Tolstói medio siglo antes de la revuelta bolchevique en su Nota del autor de Guerra y paz: “No soy un pequeñoburgués […], yo digo sin miedo que soy un aristócrata, de nacimiento, por costumbre y por posición. […]”. Lo que no dijo Lev es que su clase tenía quien la defendiera: sus propios mamertos, los que ya pagarían por su oportunismo baboso.