El Diablo enamorado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Se han sorprendido muchos con la historia del Chapo Guzmán y Kate del Castillo, en la que parece haber algunos tintes de romance, al menos del lado del mafioso, porque a ella parecían animarla más otros ingredientes, como el dinero, el peligro, y esa cosa de desafiar lo prohibido que a veces resulta tan atractiva para algunos.

 

Si pasó algo o no, en últimas es asunto de ellos (no de la justicia mexicana, ni de los medios); pero es claro que Joaquín se la iba a jugar por su "ermoza" Kate. Y lo hizo. Es evidente que el asunto tiene un lado simpático: ¿por qué un hombre que se esfuerza en no dejarse someter por su delitos, que se ha enfrentado a sus enemigos a sangre y fuego, y que parece no temerle a nada, se desconcentra -se deja coger- cuando se trata de obtener la atención de una mujer, solo una mujer, que, aunque famosa, no deja de ser reemplazable -en esa lógicas del dinero a camionadas- por otras más jóvenes o más bonitas? Pregunta de respuesta múltiple.

Napoleón soportó muchas infidelidades de su querida Josefina, la linda criolla de la Martinica que no ocultaba su afición a los hombres más jóvenes que ella, sin importarle demasiado que estuvieran al mando de su marido. Dicen que Bonaparte lo sabía y no hacía nada, más allá de los celos que lo carcomían. Tal vez él supo desde un principio que las cosas serían así, dadas las circunstancias iníciales de ese amorío: quién sabe; lo cierto es que, cuando el Emperador tuvo que actuar como tal, es decir, anteponiendo las razones de Estado y la sed de poder al recuerdo de la belleza ida de la Emperatriz (que era algunos años mayor que él y ya no podía tener más hijos), lo dudó y tal vez lo sufrió, pero hizo lo que tenía que hacer: la sustituyó por un polaca diecisiete años menor que él.

Bolívar se curó antes de los veinte años de cualquier atisbo de romanticismo. La muerte de su esposa vasca, en tierra venezolana, cuando él sabía de antemano que la bella María Teresa era de salud frágil para el trópico, reverberó en una culpa tan grande, y en un dolor tan desgarrador, que el pobre hombre casi no deja enterrar el cuerpo de su mujer. Después de eso, es sabido, el bueno de Simón tuvo que andar de aquí para allá, con la una y con la otra, todo para poder curarse de sus males. Pobrecito. Fidel Castro, que en esas cosas siempre fue muy frío, tuvo que tomar una decisión cuando se dio cuenta de que la CIA, en los sesenta, le había mandado una bella joven alemana para debilitarlo: al saberlo, la confrontó, y el Comandante, muy dado a eso de los fusilamientos, no tuvo coraje sino para apenas mandarla de vuelta a la tierra del enemigo.

El despiadado Stalin, el genial Einstein, el genocida Hitler, el perdonavidas Mussolini, o el propio compatriota del Chapo, el presidente Peña Nieto, todos, sin excepción, han sucumbido al problemita femenino, que, para bien o para mal, atenta un poco contra el juicio y la razón. El mismo juicio y la misma razón que permiten, en primer lugar, conseguir riquezas, poder, gloria, pero que se desnaturaliza y se hace vacío cuando le falta aquel otro elemento, aquella dimensión, en lo que se constituye en una de las grandes paradojas de la vida. "El poder, ¿para qué?", preguntó alguno…

Por Tulio Ramos Mancilla
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