Libros leídos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



He tomado como título el ingenioso eslogan que algunas librerías de viejo utilizan para elevar su mercancía (el precio de su mercancía), y así evitarse, mediante ese razonamiento de publicidad comercial, la utilización de un lema distinto que puede terminar coadyuvando a la depreciación de sus libros en una previsible negociación con el cliente: "Libros de segunda". Nada de libros viejos: en su lugar, libros leídos, es decir, obras que, es de esperar por buenas, otros ya se han tomado el trabajo de leer, y que presumiblemente no estarán nada viejas ni empolvadas.

 

Y que, por tanto, valen más que otros libros de otras librerías similares, quizás simples manuscritos avejentados, pero que tal vez nadie ha leído, quién sabe si por malos. Un inteligente mensaje implícito.

Pero la cosa no queda ahí: parece anunciarse en el respectivo cartel que son tan buenos esos mismos libros leídos que es posible que el potencial comprador los disfrute más que los de una librería de nuevos, donde aparte del olor embriagador a imprenta, la reciente encuadernación y la moda, no necesariamente el lector-cliente conseguirá las mejores creaciones de los autores. Podría ser. Lo que sí es seguro es que en esos sitios, donde a veces venden hasta muebles, no están los más baratos, sino al contrario: los libros en este país deberían ser un producto de primerísima necesidad, como sabemos, pero, en cambio, son prácticamente bienes suntuarios, que valen casi lo mismo en promedio que un mercadito semanal.

He recorrido, casi siempre en soledad, esas librerías de libros de segunda mano, tal es su nombre, en las que me he detenido en la observación de títulos de calidad que por alguna razón no se imprimieron más, y que he vuelto a dejar en los estantes, no sin antes mirarme con resignación las manos y las uñas negras de polvo, y sin dejar de notar que mi nariz se ha irritado hasta la inefable gripa. En esos momentos he deseado que los libros viejos pudieran encontrarse en lugares más accesibles, y no en sótanos subversivos que hacen recordar -¿por analogía con la adicción a literatura prohibida?- la sigilosa comisión de un delito menor.

No obstante los precios de la mayoría de los libros caros (una de las pocas cosas de las que siempre me quejo y me quejaré), y de la tierra en estado virgen que las hojas de los viejos libros colectan, leer sigue siendo el pasatiempo más barato y saludable que hay. Al menos para una minoría mayoritaria. Es inevitable volver a ello, una y otra vez: se puede hacer en cualquier lado y a cualquier hora, no molesta a nadie (salvo a los que no entienden de ese placer), y siempre deja algo: bueno o malo, pero que ensancha la vida. De la fraseología cervantiva es de citar a este propósito una joya de humildad: "¨Yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles". Era otra época, es cierto, y hoy no hay necesidad de ensuciarse las manos para poder evadir la pesada realidad por un rato -pues leer es casi gratis-, pero qué inspirador es saber que alguien como Cervantes encontraba valor hasta en la basura, siempre que ella contuviera ideas.  

Por Tulio Ramos Mancilla
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