Protegiendo al vallenato

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



(Dedicatoria especial a Rita Fernández Padilla)

Me emocioné cuando salió la noticia de que la música vallenata tradicional fue declarada por la Unesco como "patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad en necesidad de salvaguardia urgente". Lo merecía, claro está. También, me pregunté: ¿salvaguardarlo de quien o de qué, y por qué?

 

Recuerdo de niño las parrandas vallenatas de mis padres y sus amigos con aquellos trovadores, herederos de quienes inicialmente llevaban las noticias de pueblo en pueblo con su acordeón terciado al hombro por los polvorientos y calurosos caminos de la provincia de antaño: eran al mismo tiempo compositores, acordeoneros y cantantes, acompañados después de caja y guacharaca; la guitarra era la contraparte urbana.

Especialmente en casa de Rodrigo Vives Echeverría-uno de los mecenas del género en Santa Marta-y en las de otros amigos de mis padres, con sus reuniones musicales disfrutamos de primera mano a reyes clásicos como Alejo Durán, "Colacho" Mendoza y Luis Enrique Martínez; a Juancho Polo Valencia y el viejo Mile; el canto y las composiciones de Leandro Díaz, la chispa de Armando Zabaleta; al innovador Alfredo Gutiérrez y a otros maestros de esos tiempos, los padres del vallenato moderno. Todo un lujo que no tiene precio, sazonado con las composiciones sin igual de Rafa Escalona, Don "Toba" Pumarejo, Buitrago, "Chema" Gómez y otros creadores de bellaspiezas. Los sabaneros respondían, con formas diferentes, con los estupendos aportes de Adolfo Pacheco, Lisandro Meza, Aníbal Velásquez, Calixto Ochoa (cesarense de espíritu sabanero), el rebelde Alfredo Gutiérrez y muchísimos otros grandes. El vallenato ya pertenecía a la Costa, pero el interior del país era refractario a esos aires.

Soy de una afortunada generación que vivió la transición del grupo de acordeón todero, acompañado solo de caja y guacharaca, al de cantante aparte (Jorge Oñate, "Poncho" Zuleta y Diomedes Díaz) que luego pasó a ser la primera figura del conjunto. Asistimos también a los cambios de estilo: Alfredo Gutiérrez en la ejecución, Diomedes Díaz en la interpretación y nuevos compositores actualizaban el vallenato a tiempos modernos.

Es Carlos Vives quien definitivamente posiciona al género en el interior con la serie "Escalona" -hermosísimos arreglos de Pepa Severino- y después lo lanza definitivamente al mundo, con "Los clásicos de La Provincia", excelsa selección de áureas piezas de sonido moderno, claramente influenciado por el rock argentino y la música urbana, impecablemente interpretadas, novedosa instrumentación en la que lo tradicional conjuga con lo contemporáneo y el orbe entero corea "La gota fría" como el himno vallenato universal.

La cara oscura de esas encantadoras historias es el rumbo poco afortunado que tomaron algunos con otras líneas, tanto que la evidente decadencia producida por el vallenato comercial solo pudo preservarse por el clasicismo de los festivales. Entonces, es cuando nos preguntamos: ¿a qué se refiere la Unesco con la protección?

Todo en la vida evoluciona, los tiempos cambian: es imposible considerar que los acordeoneros de hoy interpreten con la cadencia de Alejo Durán o Miguel López. Tampoco, que las voces se parezcan a Nafer Durán, Buitrago o Alberto Fernández; ni que la instrumentación sea la de antes, básica. No. Es probable que un acordeón suene más al estilo del "pollo" Isra o del difunto Juancho Rois: otros acordes, ejecuciones más limpias y estilo claramente definido; esperamos voces de la línea Diomedes o la clásica de Iván Villazón. Lo que no puede cambiar es el espíritu, la verdadera naturaleza.

Considero fatal ese vallenato fabricado a pedido en no aparecen aquellas deliciosas y picarescas historias contadas por los pioneros; muchas son composiciones insulsas con "llamados" a cambio de dinero, propaganda cantada, realmente. Horrible la gritería de algunos, el fastidioso lloriqueo de otros, y el brincoleo para simular sabrosura. También causa escozor cualquier género disfrazado con instrumentación vallenata, sean rancheras, norteñas y cosas por el estilo. De ese "vallenato",  líbranos Señor. Es acá cuando entendemos la gestión de puristas y cultores, y el pronunciamiento de la Unesco en defensa de ese género musical de nuestro folclor: dentro de su natural evolución, es menester preservarlo de esas plagas que le azotan. De otro modo, quedaría un grupúsculo de clasicistas reunido en camarillas cuasisecretas, coreando los aires antiguos y clásicos mientras el impostor sepultaría para siempre nuestro hermoso folclor en las emisoras, tarimas y grabaciones.