Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
Se ha dicho que lo que se mide en las encuestas es la intención de voto de los encuestados: su apetencia inicial, su simpatía, su recuerdo, o incluso algún detalle llamativo de determinado candidato que por una u otra razón pudo incrustarse en su memoria, y que les permitió contestar a la pregunta a bocajarro en cuestión con uno de los nombres propuestos por los respectivos encuestadores.
Sirve para no quedar mal, para no demostrar así, con un silencio inexplicable, una probable ignorancia de las cuestiones públicas, lo cual sería algo no muy positivo, algo reprochable para cualquier ciudadano que se precie de exigir cambios en la sociedad.
No hay que dejar de decir que, a veces, simplemente se escoge el rostro más amigable o atractivo, el nombre más llamativo, o el que represente una oposición a otro candidato, tal vez uno odiado. No siempre, o mejor, casi nunca, se elige a alguien inteligentemente: las elecciones populares son la cosa menos racional que existe en el mundo del deber ser, y, al mismo tiempo, son la cosa más racional que puede haber en el mundo del ser. Por eso, las encuestas miden la famosa "intención de voto", y no otra cosa. No miden nada más que una idea vaga de lo que puede ser que seleccione alguien si el domingo de elecciones supera la pereza y se deja contagiar por el ambiente festivo que algunos crean, y sale a buscar algún transporte, hacer fila, y votar.
Aunque es verdad que a veces, muchas, las encuestas aciertan, y así, vaticinan la victoria de este o de este otro, lo cierto es que, hasta el mismo momento en que hay que poner la equis en el tarjetón (sistemita vetusto y anti-ecológico que a tantos corruptos conviene) la gran mayoría de la gente que vota frecuentemente tiene problemas para memorizar su elección. Esto se resuelve normalmente con la "guía" que prestan los partidos políticos (previa inscripción de cédulas por internet o en los "comandos", recogida en transporte vehicular el día de las elecciones, alimentación, bebida y demás estímulos), algo que permite que la gente recuerde por quién tiene que votar: todo un servicio social. Habría que darles un premio de esos de derechos humanos.
En realidad las encuestas no dirigen a la opinión pública en las elecciones colombianas. Para ello, tendría que haber una predominancia del voto de opinión, independiente y madurado a la luz del examen de las propuestas de los candidatos. Esto aquí no es así y los políticos lo saben: no tiene razón, por ejemplo, la excandidata presidencial Marta Ramírez, al acusar a una encuestadora de "manipular la opinión pública" en Bogotá en favor de Rafael Pardo, y en contra de, se asume, Enrique Peñalosa, tal vez el candidato de las preferencias de la fiscalizadora. La intención de voto es una ilusión que dista mucho de la realidad, que puede ser distinta-mejor o distinta-peor: puede ser que un buen candidato esté siendo injustamente tratado por ellas, o, al contrario, que un nuevo corrupto esté tranquilo si ellas no lo favorecen (y que él sepa por qué estar confiado). Usted elija.