La fuerza de la otra razón

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Difícil decirlo, pero es evidente: el mundo no ha pertenecido sino a aquellos que se han atrevido a pensar que pueden poseerlo, más allá de las dudas. Es de por sí una locura siquiera escribir semejante frase, pero debe entendérsela en un sentido correcto; o sea, debe aceptarse su contenido delirante bajo la comprensión de que las grandes empresas humanas nunca han surgido de mentes rutinarias, apagadas, aniquiladas por linderos impuestos a la imaginación, el talento y la ambición. Valga, pues, agregar a propósito que entre nosotros cada tanto se revalida (¿porque no hay muchas salidas "cuerdas" a nuestros complejos problemas?) el recuerdo del pensador social más grande y rebelde que pasó por aquí: el Libertador, hombre de razonamientos elevados y dramáticos, de pasión exacerbada aunque de cerebro en extremo estratégico; de coraje, virtud moral e inteligencia, pero también de excesos, cruel autoritarismo y no poca brutalidad.
Cuando Bolívar tenía casi treinta y cuatro años, el 4 de julio de 1817, y estaba vencido no solo por una guerra desquiciada que ofrecía poco futuro para él, sino por una dura batalla contra el destino de dificultades que infaltablemente encontraba a su paso, enloqueció de remate. Ese día, después de salvarse milagrosamente -otra vez- de una caída segura a manos de los españoles, en Casacoima, el caraqueño empezó a rumiar de rabia. Mientras mascaba sus penas en retirada-oído cuidadosamente por la soldadesca-, y la bronca del fracaso le recorría la sangre ardiente, de pronto su genio militar silvestre encontró algo así como una salida espectacular para resistir la tentación de ceder ante los recuerdos de un tiempo mejor(el de cuando se paseaba por los salones de París, tal vez, donde la guerra de patricios era apenas un ejercicio varonil bastante más heroico que arrastrarse huyendo por el Orinoco, como él lo hacía en esa jornada).
Era tal su furia por tener que encajar una nueva derrota -otra y otra- que no pudo contenerse y estalló. La tropa escuchó entonces a aquel hombrecito endemoniado exponer detalladamente, a gritos de ira, su plan general de re-contraofensiva para de una vez vencer a los hijos de la madrastra invasora. La respuesta, de nuevo, como en el pasado, era Colombia. Sí, había que ganar la Nueva Granada y fortalecerla, para desde allí expandir la libertad en ondas concéntricas, sin más circunloquios. De ahí, decía, pasaría al hoy Ecuador y al Perú, que en esa época incluía a la actual Bolivia: combatiría en medio continente suramericano, con sus soldados muertos de hambre y de frío. Ellos, que escuchaban esto, se lamentaban por estar en manos de un loco.
Pero Simón Bolívar no dio tiempo de avanzar al miedo, y actuó. Vino a Colombia y en 1819 terminó esa aventura en Boyacá. Después completó su sueño demencial: llegó a mula hasta la cúspide de las montañas más escasas de aire de los Andes, fundó un país con su nombre, hirió de muerte al enemigo extranjero, desarmó a sus incontables rivales internos, consolidó su autoridad solo con ganado prestigio, y se arrogó hasta el final el poder determinarlo todo, para bien o para mal.



Más Noticias de esta sección