Semana de pasión

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



El pasado 29 de marzo, con la celebración del Domingo de Ramos, se dio inicio al periodo que los colombianos conocemos como Semana Santa.
Si bien es cierto que muchos se consideran fervientes discípulos del Señor y expresan insistentemente un mundo de palabras que suponen reflexión, en realidad esta práctica dejó de ser la época de recogimiento que se pretende sostener.
A nadie le importa ya -aunque las visitas multitudinarias a los lugares santos muestren lo contrario- el prójimo, la verdad, o la justicia. A la mayoría sólo le interesa sacar provecho de todo.
Que exagero como siempre, dirán algunos. Otros, con seguridad, ya estarán pidiendo para mí la condenación. Al final todo el mundo llegará a vociferar: ¿qué tiene que decir este sinvergüenza que no comparte su vida con Dios?
Y yo, como buen deportista, simplemente responderé haciendo una finta: Y qué carajos hace el hipócrita que se da azotes en la espalda, ayuna tres días seguidos, se viste de cilicio o se baña en cenizas para que todos lo vean, y sin embargo, después de tanto ceremonial continúa atormentando a sus semejantes de alguna forma.
Sí, es acerca de esto de lo que quería hablar, y no del triste espectáculo que se observa alrededor de algunos santuarios en los que pululan los juegos de azar y los negocios mal habidos.
Con justa razón Jesús los expulsó del templo. Claro que por hacer eso, y otras cosas más que no fueron del completo agrado de los jerarcas de la iglesia y los gobernantes corruptos de la época, terminaron crucificándolo. Porque no los sedujo el mensaje que traía en favor de los desafortunados, silenciaron su voz.
Vuelvo y pregunto: ¿qué carajos hacen todos esos dirigentes corruptos con la ceniza en la frente, mientras agobian al pueblo con tanta canallada?
Le pregunto al señor presidente, a los honorables congresistas y magistrados; también a los alcaldes y gobernadores: ¿qué hacen con el ramo de olivos en las manos mientras los niños, mujeres y ancianos de Colombia mueren en las puertas de los hospitales porque el miserable sistema de salud no permite una simple autorización para la atención de los pacientes?

¿En qué mundo despreciable vivimos señor presidente? Quizás en el mundo que ha sido construido al acomodo de la dirigencia descompuesta que corroe la sociedad. O tal vez, en el país retorcido que usted y sus camaradas gobiernan amañadamente para esconder la infamia terrorista y paramilitar.
Ese es el país y el mundo que la mafia estatal ha legado a nuestros hijos. Un mundo y un país en el que mi madre, y la madre de los que no tienen derecho a reclamar una aspirina después de un infarto, mueren por causa de la negligencia de los bandidos que niegan el servicio de cuidados intensivos y se apoderan de la riqueza de los pueblos.
Dejemos a un lado tanta hipocresía, tanta falsedad, tanta corrupción, tanto ayuno, y tantas ceremonias sin sentido y trabajemos honestamente para que el pueblo recupere la esperanza que la delincuencia de cuello blanco alguna vez le robó.
Y Dios quiera que en los próximos días, aquellos que se venden al mejor postor, vivan la semana de recogimiento y reflexión como debe ser, para que ejerzan control sobre las instituciones de salud de Santa Marta que dejan morir a los pacientes en el piso frío.
Amen.



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